Un ciclista en retirada y con un pasado demasiado oscuro, Alexandr Vinokourov, conquistó la gloria olímpica en pleno corazón de Londres. A la hora que los ingleses tenían prevista la coronación de Mark Cavendish, un kazajo de 38 años que a final de temporada dedicará su vida a otros menesteres se impuso al imponer su astucia a la casi treintena de corredores que le acompañaban en cabeza.

Ahí fue donde España desaprovechó una ocasión única para tratar de reeditar el triunfo de hace un año de Samuel Sánchez en Pekín. Los de De Santos habían sido esenciales en dinamitar la carrera en el circuito de Box Hill, la pequeña colina que hubo de subirse nueve veces y donde saltó por los aires el control que trataban de imponer los británicos. Decididos a llevar a Cavendish al sprint final corrieron como si fuese una contrarreloj de 250 kilómetros y midieron mal su fortaleza. Se instalaron en cabeza del grupo y rodaron a un ritmo constante con la intención de que nadie fuese capaz de tomar una distancia que hiciese imposible recuperar el tiempo. El diseño del circuito era el ideal para ellos. El circuito en Box Hill era una forma de justificarse porque sabían que en los casi 40 kilómetros que luego quedaban hasta el centro de Londres era casi imposible que nadie llegase solo a la meta. Los propios corredores españoles lo habían admitido en la víspera: "No llegará con dos minutos en el último paso. Luego los británicos tienen tiempo para recuperarlos". Falta de confianza en sus fuerzas, exceso de fe en los británicos que se estrellaron de forma violenta contra sus previsiones. Froome, Wiggins –convertido en gregario– y Millar manejaron la carrera con cierta supervivencia. Pero todo se le comenzó a complicar de repente. Y parte de culpa tuvo un español. Castroviejo estuvo en todos los fregados del día y trabajó como un titán para poner a sus compañeros en el disparadero hacia el podio. Estuvo en la primera escapada del día, la que obligó a los británicos a no tener un solo momento de descanso., la que les fue limando hasta dejarles en malas condiciones para la batalla final.

Ataca Nibali

La segunda tormenta la desató Nibali. Con las piernas aún ligeras tras el Tour el italiano resquebrajó el grupo y su ataque fue sumando aliados ilustres como Gesink, Cancellara y los españoles Luis León y Valverde. El ciclismo sin pinganillo en toda su expresión. Los británicos no se movían. Su orden era estar al lado de Cavendish, protegerle, conducirle hasta el Palacio de Buckingham y una vez allí asistir a su recital. El grupo delantero era peligroso pero coronó Box Hill por última vez con un minuto de margen. La teoría decía que era insuficiente para aspirar al triunfo. Pero Castroviejo y el ejemplar Cancellara decidieron darle una oportunidad al grupo. Tiraron como si estuviesen poseidos en el descenso y en el tramo llano que conducía a Londres. Un esfuerzo generoso de ambos, cegados por la ambición y también por la lealtad. España y Suiza contra Reino Unido y Alemania a la que también convenía la llegada en grupo. Cancellara se fue al suelo en una curva trazada de forma infantil, pero aún así no descendía la ventaja. Los de Cavendish empezaron a ponerse nerviosos y buscaron aliados en su grupo. Se les iba una de sus medallas seguras. Por delante España estaba en una situación ideal. Tres corredores para probar diferentes alternativas. Castroviejo les llevó hasta allí, pero en el momento de la verdad Valverde y Luis León mostraron una falta de reflejos y de liderazgo preocupantes. Se durmieron en la cola del grupo y en medio de las dudas, a cinco kilómetros, saltó Vinokourov con Urán para ganar el oro y la plata. Una lección de un corredor dudoso que se marcha de la mejor manera posible.