Abotargado por tantas pildoritas hace tiempo que echo de menos el análisis, las tertulias relajadas. Carlos del Amor trenzó el último día del año una pieza en la que a modo de sumario nos adelantaba qué será noticia en la agenda cultural de 2018. Lo malo es que llegado el momento de las inauguraciones de las exposiciones mentadas, los estrenos señalados y los eventos más singulares la noticia será despachada con otra pieza no mucho mayor, en la que apenas habrá tiempo para reseñar los tópicos más trillados, a modo de titulares. Y eso dando gracias, ya que si viajamos desde la televisión pública hacia las privadas comprobaremos cómo la cultura, fuera de las autopromociones, apenas tiene cabida.

A mí me gustaría mucho ver algún día a los miembros del equipo de ‘Días de cine’ debatiendo sobre lo mejor y lo peor del año. Es cierto que en el último programa de la temporada presentan su ranking con los títulos elegidos por consenso. Hasta ahí nada que objetar. ¿Pero dónde queda el análisis? Con lo barato que sería reunirlos en un corrillo en la misma Cineteca donde se graba el programa, dejarles hablar, y registrar una tertulia de al menos una hora.

¡Una hora hablando de cine, argumentando razones, discrepando o asintiendo! Menudo lujo. ¿Y el teatro? Si en el caso del balance cinematográfico del año el debate sosegado ni siquiera se plantea, en el caso del teatro se antoja como una quimera imposible.

¿Críticos teatrales charlando durante una hora sobre lo que más les ha gustado en los últimos doce meses? Eso no le interesa a nadie. En mi televisión ideal, a las 48 horas de la muerte de Pedro Osinaga , habría montado una tertulia glosando su figura. La última vez que se llevó a cabo algo similar fue el día del fallecimiento de Pilar Miró. En octubre de 1997. Hace 20 años.