Se aviva más el apetito genésico en la contemplación playera que en la mesa. Casi todo el mundo sabe, o debería saber, que la cocina afrodisíaca es un cuento chino.

Escribió Rabelais que la concupiscencia carnal puede atenuarse o enfriarse de cinco formas diversas: «Por medio del vino, tomando ciertos remedios, por trabajo frecuente y el esfuerzo continuo, por el estudio intenso o por la reiteración excesiva del acto carnal». Y por el envejecimiento.

El hecho de que haya todavía quien crea y confíe en los poderes de una supuesta cocina afrodisíaca es porque necesita alimentar los mitos, ritos y leyendas al respecto. Y también por la ingenua ilusión de que ingerir productos o combinaciones de ellos acrecentará su rendimiento sexual o despertará su «apetito genésico».

Ya escribió en 1859 John Davenport que «los reinos vegetal, animal y mineral han sido registrados de arriba abajo con la intención de hallar remedios que reforzasen el aparato genital y lo excitaran». Y daba una relación de sustancias: las orquídeas (orchis, testículo en griego), los sesos de perdiz (reducidos a polvo y mezclados con vino tinto), las trufas (el rey británico Jorge IV era un fanático de ellas). Sin embargo, en cabeza de los afrodisíacos siempre ha estado el marisco.

El efecto de las ostras era famoso en tiempos del poeta Juvenal. Le seguían la langosta, el centollo, el erizo e incluso la sepia, ya ven (¿a la plancha?). Y las setas. Al respecto, Marcial escribió que «si la envidiosa edad aflojara el nudo de tu conyugal cortejo, que sean las setas tu algazara y la tierna chalota tu festejo». Añadan a la lista pócimas elaboradas con huesos de rana, tuétano deshidratado o recortes de uñas.

La madame de la cocina afrodisíaca es Afrodita, el nombre griego de Venus, diosa de la E hermosura y del amor. Los manjares provistos teóricamente de la virtud de incrementar la «función física amatoria» (Platón) son tan abundantes como impensables, caso de la cebolla para los antiguos. Marcial: «Si vuestra esposa es vieja y vuestro miembro está exhausto, comed muchas cebollas».

Actualmente, los menús afrodisíacos „o la cocina erótica„ constituyen un simpático pretexto para organizar jornadas gastronómicas o festejar el 14 de febrero, Día de los Enamorados (o no). Juegos infantiles, después de todo, que alegran la caja de los hosteleros, tan deprimidos por la crisis económica. En un bar de Cádiz han escrito en una pizarra «prohibido preguntar por la cosa». Se refiere a que hoy cuando se va a un restaurante o bar, todos los clientes suelen preguntar: «¿Qué, cómo va la cosa?» Es decir, la crisis.

De regreso al siglo XXI, leo el menú afrodisíaco de una cena que preparó el cocinero Juan Carlos Galbis, basado en el libro del erudito y médico valenciano (fue discípulo de Gregorio Marañón), Manuel Martínez Llopis, autor de numerosas obra, caso de Cocina erótica. Su historia y recetas (1997). Anoten, por si acaso quieren probar. Paradoxón, bebida de la Antigua Grecia (vino tinto con especias y hierbas); espárragos crujientes con salsa Apicius; berenjenas hindúes; embractum (gelatina de pescado romana, similar al áspic francés); bacalao Lucrecio; pollitos tandurí y cordero con curry. No hubo que lamentar desgracias personales. Ni tampoco «encuentros»