A veces la victoria es más amarga que la derrota. Qué se lo digan a Angela Merkel, revestida, por los pelos, como nueva "kaiserin" (emperatriz) para un cuarto mandato en Alemania, con los peores resultados obtenidos por su bloque de centroderecha (la Unión Demócrata Cristiana, CDU y la Unión Social Cristiana, CSU), desde el final de la II Guerra Mundial.

Aunque la situación de la derecha moderada no llega al drama de los socialdemócratas de centro-izquierda (SPD), con un 21 por ciento de votos, la gran sombra de este triunfo amargo es el éxito del partido que lidera la alternativa anti-inmigrante para Alemania, AfD, con alrededor del 13 por ciento de los votos y casi 90 escaños.

El panorama del Bundestag es complejo e interesante. Será imposible reeditar la Gran Coalición. El gobierno más probable surgirá de un pacto entre la CDU-CSU, la FDP liberal y los Verdes. Martin Schulz, el líder del SPD, está más interesado en liderar la oposición oficial, todo con tal de restar protagonismo a la extrema derecha. También podría configurarse un gobierno en minoría. Las negociaciones serán largas, entre dos y tres meses. El escenario recuerda mucho al que vivió el pasado mes de junio Theresa May, la premier británica, que sobrevivive entre complots y traiciones, a tenor de lo que revela el jugoso libro "Fallout: A year of Political Mayhem".

Aún así, Merkel quiere ir a por todas y está dispuesta a gobernar con guante de seda y puño de hierro, en su estilo. Su prioridad es disputarle a Macron el codiciado cetro europeo. Una de las primeras medidas que deberá tomar será dar un giro brutal a esa generosa política emigratoria que casi le cuesta el sillón. Europa no está para bromas y las urnas han hablado alto y claro en todos los länder. La reina Merkel nunca ha estado tan débil ante Bruselas. Allíde momento reina la Comisión liderada por Jean Claude Juncker, el presidente que, no lo olvidemos, prefiere el francés al alemán.