La violencia se adueñó ayer, por segundo día consecutivo, de la cumbre del G-20 de Hamburgo, una ciudad de 1,7 millones de habitantes "tomada" por 19.000 policías que pidieron refuerzos a lo largo de la jornada para enfrentarse a los violentos. Los choques salpicaron las numerosas manifestaciones pacíficas de los millares de militantes anticapitalistas desplazados hasta la localidad germana para protestar por el cónclave de las principales potencias económicas del mundo y de los países emergentes más relevantes. Al menos 160 policías resultaron heridos y los detenidos eran hasta anoche más de medio centenar.

Al margen de los episodios sangrientos, que ponen en duda lo acertado de elegir como sede de una cumbre del G-20 una ciudad con larga tradición de combate, la estrella de la jornada fue el primer cara a cara de los presidentes de Estados Unidos, Donald Trump, y Rusia, Vladímir Putin. El terrorismo, el librecambio y el clima, ejes de la declaración que se intentará aprobar hoy, quedaron en segundo plano ante la primera cita de dos mandatarios que, hasta ahora, sólo habían conversado por teléfono.

La reunión, celebrada a primera hora de la tarde y que se prolongó durante dos horas y cuarto, tenía que arrojar algún fruto y lo hizo. Washington y Moscú anunciaron un acuerdo para un alto el fuego en el suroeste de Siria a partir del mediodía de mañana, domingo, además de abrir un canal bilateral de comunicación para discutir sobre el conflicto en Ucrania.

El ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, anunció en una rueda de prensa tras el cara a cara que los dos líderes se comprometieron a garantizar que "todas las partes" implicadas en el conflicto respetan la tregua, que de momento no es sino una más de una larga serie de tentativas hasta ahora fallidas. Lavrov destacó que el acuerdo trata de respetar la "soberanía" de Siria y de avanzar hacia un "acuerdo político".

En una rueda de prensa paralela, el secretario de Estado de EE UU, Rex Tillerson, matizó a este respecto que la posición de Washington sigue siendo que el dictador sirio, Bachar al Asad, no puede seguir en el poder si se quiere poner fin a la guerra civil y que no puede haber un papel para su familia a "largo plazo".

La reunión estuvo marcada por una gran cordialidad. Trump aseguró a los medios, en una pausa en la que se les dejó acceder a la sala, que representaba un "honor" para él reunirse con Putin. El líder del Kremlin le correspondió al decirse "encantado" de entrevistarse por fin en persona con su homólogo estadounidense. Todo ello, pese a la dura arremetida que Trump lanzó el jueves contra Rusia en Varsovia, al admitir por primera vez que Moscú interfirió en las elecciones presidenciales de Estados Unidos.

Este asunto, de gran importancia para un Trump que está directamente investigado por la llamada "trama rusa", fue abordado en la reunión, aunque las partes discreparon en las versiones que dieron a la prensa. Tillerson sostuvo que Trump presionó a Putin, en el inicio de la conversación, con sus alusiones a la supuesta injerencia rusa, que la inteligencia estadounidense considera probada, y que el ruso negó que los ciberataques estuvieran orquestados por su Gobierno y pidió "pruebas" a Trump. La cadena CNN, citando fuentes de Estados Unidos, aseguró que Trump no dio por buena la negativa. En cambio, Lavrov aseguró que el magnate quitó hierro al asunto y dio por hecho que no hay pruebas sobre la injerencia rusa.