El presidente de EE UU, Donald Trump, inició ayer en Varsovia el segundo viaje a Europa de su mandato, antes de dirigirse a Hamburgo, donde hoy y mañana participará en la cumbre del G-20. Ante un público cuidadosamente seleccionado para evitar protestas, Trump pronunció un discurso en el que, por vez primera, admitió la injerencia de Rusia en las elecciones presidenciales del pasado noviembre, aunque culpó a su antecesor, Barack Obama, de estar al corriente de los hechos y no haber hecho nada, por pensar que la candidata demócrata, Hillary Clinton, sería la ganadora de los comicios.

La segunda llegada de Trump a Europa ha estado marcada por el tormentoso recuerdo que dejó la primera, a finales de mayo, cuando Trump prodigó los desplantes y los comentarios extemporáneos a sus aliados continentales. Tal vez por eso, y por el bajísimo nivel de entendimiento entre la actual administración estadounidense y la UE, la Casa Blanca no tuvo fácil encontrar un escenario donde Trump pudiese pronunciar un discurso que pudiera ser vendido como un baño de masas. Al final, fue elegida la Polonia gobernada por el ultraconservador Ley y Justicia (PiS), cuya deriva autoritaria le enfrenta a Bruselas.

Polonia, el mayor de los países europeos sometidos a dictaduras comunistas tras la II Guerra Mundial, requería gestos. Y Trump los prodigó, la víspera de entrevistarse hoy por primera vez con el presidente ruso, Vladímir Putin.

En primer lugar, el ataque a Moscú por la injerencia en las presidenciales, que de paso le sirve para desmarcarse de la "conexión rusa", la supuesta connivencia con el Kremlin en las interferencias electorales que le tienen bajo investigación en EE UU.

En segundo lugar, dados los recelos de polacos y bálticos hacia el gigante ruso, Trump tuvo que prometer que se toma en serio "la seguridad de Polonia" y hacer profesión de fe del compromiso de su administración con la OTAN, a la que tanto vituperó en campaña. Para resaltar el acento, Trump hizo ayer lo que en mayo evitó: citar explícitamente el artículo V de la Carta Atlántica, que recoge el compromiso de salir en defensa de cualquier aliado amenazado. Eso sí, una vez más reclamó que los europeos aporten más dinero a la defensa común. Todo este paquete exigía una guinda, y Trump la puso: "Una Europa fuerte es una bendición para el mundo".

Por último, el magnate aprovechó una reunión con dirigentes de la Europa báltica, central y oriental -cumbre de los Tres Mares- para ofrecerles "energía barata" (gas de EE UU) que les permita romper la dependencia de Rusia.

Desde Varsovia, Trump se dirigió a Hamburgo, donde se entrevistó con la canciller Merkel a la que, a diferencia de lo que hizo en marzo en la Casa Blanca, no le hurtó la foto del apretón de manos. Merkel intentó aproximar posiciones con Trump ante el inicio de una cumbre que se prevé complicada y con serios escollos en libre comercio y clima, por el discurso proteccionista de Washington y por su abandono del Acuerdo de París contra el calentamiento.

Hamburgo era ayer una ciudad tomada por 19.000 policías y a la que llegaron de toda Europa miles de personas para protestar contra la cumbre de hoy y mañana con una marcha anticapitalista bautizada "Bienvenidos al infierno". La concentración terminó con enfrentamientos entre los manifestantes y las fuerzas del orden, que recurrieron a cañones de agua y gases lacrimógenos para dispersarla.