Theresa May (1956), la primera ministra británica que cedió a la tentación del adelanto electoral para ampliar su margen de negociación para el Brexit, ha logrado una exigua victoria que abre un gran período de incertidumbre para la mandataria, que no ha podido conseguir el objetivo de revalidar la mayoría absoluta que tenía el Partido Conservador, su propósito cuando convocó las elecciones.

El aura de capacitación que había rodeado en los últimos once meses a la segunda mujer en ocupar Downing Street, 25 años después de Margaret Thatcher, ha quedado en entredicho durante la campaña por errores estratégicos y la evidencia de que su ambigüedad, su obsesión con el control y, según quienes han trabajado con ella, su inflexibilidad tienen difícil encaje en el campo de minas de una carrera electoral.

Hija única de un vicario y feminista confesa, y licenciada en Geografía por la Universidad de Oxford, su liderazgo está menos centrado en la personalidad pública y más en el plan con el que propone gestionar la entrada de Reino Unido en territorio desconocido.

´Brexit significa Brexit´

Aunque había apoyado la permanencia en la Unión Europea, desde el principio descartó revisar el plebiscito --"Brexit significa Brexit" se convirtió en su mantra-- y dejó clara su ambición de llevar a los conservadores más allá de su granero natural de votos.

Puntos para lograrlo no le faltan: a diferencia de las consignas de la política espectáculo de quienes venían dominado el partido y sus invocaciones al "conservadurismo compasivo", May encarna la movilidad social y la creencia en los frutos del esfuerzo silencioso.

El único punto de relativa frivolidad que se ha permitido en la vida pública es un notable atrevimiento con el calzado, una singular extravagancia de una mandataria con un hiperdesarrollado instinto de protección de su vida privada. Uno de los pocos detalles personales que se ha permitido compartir es que padece diabetes desde 2012.

Se unió a los tories en los 80, tras haber decidido a los 12 años que quería dedicarse a la política, pese a no haber tenido un modelo específico. A diferencia de compañeros que pasaron directamente de las aulas al trabajo de partido, el currículum de Theresa May incluye seis años en el Banco de Inglaterra y un periplo como consultora financiera para la Association for Payment Clearing Services, donde llegó a estar al cargo del Departamento de Asuntos Europeos.

Su estreno en política llegó en 1986 como concejal por la autoridad local del barrio londinense de Merton, pero su entrada en el Parlamento no fue directa, ya que no fue hasta su segundo intento, en 1997, cuando consiguió su asiento en Westminster. Tan sólo un lustro después, al frente de la Presidencia de los 'tories', fue la responsable de alertar de la percepción social del 'nasty party' (el partido despreciable), una cuña que el propio David Cameron se comprometería años después a combatir.

Ministra del Interior

Su progresión presenta un punto de inflexión en 2010 con su nombramiento en Interior, una cartera que ostentó por el período más prolongado en más de 50 años y cuya gestión, tras los dos atentados terroristas sufridos durante la campaña, ha quedado en entredicho debido a los recortes que bajo su supervisión registraron las fuerzas policiales.

Casada desde 1980 con Philip May, un banquero al que conoció en la universidad a través de Benazir Bhutto, la líder paquistaní asesinada en 2007, su traslado a Downing Street la ha dejado expuesta al resbaladizo escenario de una política británica sometida a la mayor incertidumbre de la historia reciente.