El Reino Unido era ayer un país conmocionado por el mortífero atentado suicida que a última hora del lunes, y a apenas quince días de las elecciones generales del 8 de junio, liquidó en la norteña Mánchester la vida de 22 personas, entre ellas varios niños, que acababan de asistir a un multitudinario concierto de la cantante estadounidense Ariana Grande, ídolo de los más jóvenes.

Solo tres de las víctimas habían sido identificadas hasta anoche: la niña de ocho años Saffie Rose Roussos; la joven de 18 Georgina Callander y el joven de 26 años John Atkinson. El ataque al Mánchester Arena causó también 59 heridos, de los que al menos doce tienen menos de 16 años. Según informó el ministerio de Exteriores español no se tiene constancia de que haya víctimas entre los españoles que asistían al concierto.

La autoría del atentado fue reclamada por el grupo yihadista Estado Islámico en un comunicado con imprecisiones. En él se habla de varios paquetes bomba en el interior del auditorio, mientras que el ataque se perpetró en el exterior y con un artefacto artesanal, de los conocidos como "bomba de clavos". Un hombre de 22 años ha sido detenido como supuesto cómplice del atentado, el segundo peor de los perpetrados en suelo británico, tras el que el 7 de julio de 2005 dejó 56 muertos y 700 heridos en Londres.

Eran las once menos veinticinco de la noche en Manchester -una hora más en España- cuando unas 21.000 personas comenzaban a abandonar su Arena tras haber asistido durante unas tres horas a un concierto de Ariana Grande, uno de los mayores fenómenos fans del momento, ídolo de niños y adolescentes. El público -entre el que se encontraban la esposa y las dos hijas de Pep Guardiola, el entrenador del Manchester City, que resultaron ilesas- empezaba a ganar la calle y el pasillo de comunicación interna con la vecina estación Victoria. Acababan de escuchar el último bis del espectáculo, el tema "Dangerous woman" ("Mujer peligrosa").

En el pasillo de comunicación, Salman Abedi, un joven de 22 años que, al parecer, no había asistido al concierto y esperaba en el exterior a que el espectáculo acabase, se hizo saltar por los aires detonando su artefacto casero, según informaciones aún no confirmadas oficialmente. Abedi, cuya identidad no fue facilitada hasta mediada la tarde de ayer, era hijo de refugiados libios, huidos hace décadas del régimen del coronel Gadafi y había nacido en Mánchester.

Numerosos testigos describieron a los medios británicos escenas de pánico tras escucharse una "enorme explosión", que algunos interpretaron como una bomba y otros prefirieron pensar que era el desplome de alguna estructura. De inmediato comenzaron a colgarse en la red vídeos que recogen el ruido de la detonación o, segundos después, muestran a la gente saliendo atropelladamente de la sala y bajando a la carrera por las escaleras que desembocan en el vestíbulo de la instalación. En este lugar, entre personas que prestan los primeros auxilios pueden verse varios cuerpos yacentes y en apariencia inertes.

"Todo el mundo estaba gritando y corriendo. El suelo estaba lleno de abrigos y teléfonos móviles. La gente simplemente lo tiraba todo", relató a la BBC Robert Tempkin, de 22 años.

Un portavoz del Manchester Arena confirmó que la letal primera explosión se produjo en el pasillo intercomunicador con la estación Victoria. Una segunda, a la que se refirieron numerosos testigos que temieron estar siendo víctimas de una oleada de atentados, fue obra de la Policía, que detonó de modo controlado un objeto sospechoso en los contiguos Cathedral Gardens. Al final, se constató que no se trataba de ningún material explosivo sino de un hatillo de ropa abandonada.

En mitad de la confusión, y como ya ocurriera en los atentados de París de noviembre de 2015, fueron numerosas las pruebas de solidaridad de particulares y hosteleros de Mánchester. Se ofrecieron casas e instalaciones para que se refugiaran en ellas los desconcertados asistentes al concierto que se hubiesen quedado aislados, ya que los servicios de trenes con origen en Victoria fueron suspendidos de inmediato. A la vez, se reforzaba la seguridad en todas las estaciones y trenes del país.

En particular, los dos hoteles más próximos al Manchester Arena dieron refugio a menores que, en la confusión del tumulto, perdieron el contacto con sus acompañantes adultos. El Etihad Stadium, el campo de juego del Manchester City, fue habilitado como centro de atención a las víctimas. La madrugada del martes y la mañana de ayer fueron un continuo ir y venir de personas en busca de familiares desaparecidos. Grupos de taxistas se acercaron a la instalación deportiva para ofrecer transporte gratuito. Hasta sesenta ambulancias fueron movilizadas, así como unos cuatrocientos agentes de policía.

La difusión de la noticia del brutal atentado levantó un coro de dolor y condena en gran parte del planeta, desde el secretario general de la ONU hasta los líderes de China y Rusia, pasando por el Papa Francisco, los presidentes de EE UU y Francia, la canciller alemana, el Rey Felipe VI o los mandatarios de numerosos países árabes.

En Reino Unido, la primera ministra, Theresa May, en cuya residencia oficial del 10 de Downing Street la bandera ondea a media asta, condenó el "atroz ataque terrorista", rechazo al que se sumaron el líder de la oposición, el laborista Jeremy Corbyn, y el resto de los líderes políticos. Cuatro partidos -el Conservador, el Laborista, el Liberal Demócrata y el Nacional Escocés- anunciaron la suspensión de sus actos de campaña para las legislativas sin precisar la duración de la medida. Como enseñanza del atroz ataque, la Policía de Londres informó de que cambiará sus patrones de seguridad y comenzará a controlar amenazas en actos "más reducidos", que hasta ahora no centraban su atención.