El presidente de EE UU, Donald Trump, ha agrandado la brecha que le separa de la prensa al anunciar que romperá con la tradición y no acudirá el 29 de abril a la cena de corresponsales de la Casa Blanca, un importante acontecimiento que supone la oportunidad para hacer bromas y aligerar las tensiones con el Gobierno.

Tradicionalmente, el papel del presidente de EE UU es central en esa cena en la que suele tener intervenciones de carácter humorístico. Fue precisamente en uno de esos actos, en 2011, cuando el predecesor de Trump, el demócrata Barack Obama, humilló al magnate con sus bromas por haber puesto en duda su nacionalidad estadounidense.

"No asistiré a la cena de corresponsales de la Casa Blanca este año. ¡Por favor, les deseo a todos lo mejor y que tengan una gran noche!", dijo Trump en uno de sus tuits. El anuncio de Trump llega en un momento de grandes tensiones con los medios, a los que el sábado volvió a llamar "deshonestos", "enemigo del pueblo" y divulgadores de "noticias falsas". El viernes, la Casa Blanca vetó a la CNN, el "New York Times" y la web "Politico" en una rueda de prensa del portavoz de Trump.

Ese mismo día, en la segunda jornada de la conferencia política conservadora, Trump arremetió contra la prensa por haber pensado que nunca ganaría las presidenciales de noviembre y por mantener siempre como favorita de las encuestas a la candidata demócrata Hillary Clinton, quien, finalmente se impuso en voto popular por casi tres millones de votos, aunque las peculiaridades del sistema político estadounidense le dieron la presidencia a Trump.

La cena a la que Trump no irá está organizada desde 1920 por la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca, un organismo que reúne a los periodistas que cubren la información de la Casa Blanca y que ha sido muy crítico con el trato despótico de Trump a los medios, puesto de manifiesto días atrás en su primera rueda de prensa como presidente.

No solo la prensa y las agencias de información -en particular el FBI- están enfrentados con el presidente de EE UU. A medida que pasan los días se hace cada vez más evidente el malestar que reina en el Departamento de Estado, al frente del cual Trump ha colocado al petrolero Rex Tillerson, lego en materia de diplomacia.

El Departamento se encuentra corto de personal y ha sido sistemáticamente excluido de todas las citas de política exterior de Trump, quien ha puesto de manifiesto su voluntad de llevar personalmente las riendas de las relaciones internacionales de EE UU. La idea más extendida entre los analistas es que la Secretaría de Estado no cuenta para Trump.