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La primera gran crisis de la nueva Casa Blanca

La conexión rusa de Trump

El presidente de EE UU paga con la dimisión de su consejero de Seguridad Nacional la primera factura de su encarnizada guerra con la prensa y el espionaje

El dimitido consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn, en una cena en Moscú, en diciembre de 2015, sentado al lado de Putin. // Efe

La dimisión este lunes del consejero de Seguridad Nacional de EE UU, teniente general Michael Flynn, ha disparado al primer plano uno de los aspectos más desconcertantes del meteórico ascenso de Donald Trump hasta el Despacho Oval: su aparente buen entendimiento con el presidente ruso, Vladimir Putin. Flynn, cuyo cargo en la Casa Blanca le convertía en el sumo hacedor de la geopolítica de EE UU, cayó tras desvelarse que había mentido sobre una conversación mantenida en diciembre con el embajador ruso en Washington. Esa liquidación de Flynn, que se califica a sí mismo de chivo expiatorio, constituye una dentellada de la prensa y el espionaje de EE UU a la yugular de la oscura y nunca bien explicada conexión rusa de Trump.

Comencemos por Flynn, cuya dimisión ha sumido a la Casa Blanca en su primera gran crisis y ha decapitado, apenas tres semanas después de la investidura de Trump, el proyecto de una "gran negociación" con Moscú en la que algunos preveían hasta un reparto de áreas de influencia. El pasado 29 de diciembre, el hombre que todavía no era sino uno de los más fieles y relevantes asesores del presidente electo, habló por teléfono con el embajador ruso. Obama acababa de decretar la expulsión de 35 diplomáticos (agentes encubiertos) de Moscú, en represalia por los ciberataques al Partido Demócrata durante la campaña de las presidenciales. La misión de Flynn era convencer a Rusia de que no respondiese con las habituales medidas recíprocas. Y lo consiguió: Putin, ninguneando a Obama, decidió no darse por aludido, en espera de que su "amigo" Trump llegase a la Casa Blanca. El presidente electo estaba exultante: "Siempre supe que (Putin) era muy listo!", tuiteó.

La impaciente jugada presentaba, sin embargo, un flanco débil: hasta que llegase la investidura tanto Trump como Flynn eran dos meros particulares. De modo que la negociación, en la que el general había prometido que se levantarían las sanciones al llegar Trump a la Casa Blanca, era ilegal: en EE UU las gestiones de política exterior son desde finales del siglo XVIII materia reservada al Gobierno. Otra debilidad, que desconocían tanto Trump como Flynn, era que la imprudente charla telefónica había sido grabada por el FBI.

Este seguimiento de la inteligencia tenía sus razones. El prorruso confeso Flynn está siendo investigado tras alardear de haber sido muy bien pagado por su presencia, en diciembre de 2015, en la gala del décimo aniversario de RT, el instrumento televisivo de propaganda de Moscú, donde compartió mesa con Putin. Ese pago iría contra una ley que prohíbe a los antiguos mandos militares recibir dinero de un gobierno extranjero sin consentimiento del Congreso.

Además, la cercanía a Putin hacía muy sospechoso a Flynn para una Policía Federal inmersa en la investigación abierta tras publicar Wikileaks el pasado 27 de julio 19.000 correos demócratas. Esos correos perjudicaban la imagen de Hillary Clinton, al revelar que había sido beneficiada por el aparato demócrata frente a su rival, el socialista Bernie Sanders, y al airear sus numerosas conexiones con firmas de Wall Street.

Los resultados de la investigación se plasmaron en un informe de tres agencias de inteligencia (NSA, CIA y FBI). En él se concluía que Putin había ordenado intervenir en la campaña presidencial, de ahí los ciberataques, "para socavar la confianza pública en el proceso democrático de EE UU, desacreditando a la secretaria Clinton y dañando tanto sus posibilidades de ser elegida como su eventual presidencia".

El informe, que no se hizo público hasta el pasado seis de enero, asegura además que "Putin y el Gobierno ruso han desplegado una clara preferencia por el presidente electo Trump" y constata que "los esfuerzos rusos para influir en las elecciones presidenciales de 2016 representan la más reciente expresión de la vieja voluntad de Moscú de socavar el orden democrático liberal liderado por EE UU, pero demuestran una escalada significativa respecto a operaciones previas". Por otra parte, el documento alerta de que "Moscú aplicará las lecciones de la campaña ordenada por Putin contra las elecciones presidenciales de EE UU en sus futuros esfuerzos de influencia en todo el mundo, incluidos los que se hagan contra los aliados de EE UU y sus procesos electorales". Este último aserto resulta clave para entender las recientes medidas adoptadas por Holanda y Francia ante sus inminentes citas con las urnas.

La pista rusa y el beneficio a Trump habían sido evocados desde el mismo día en el que Wikeleaks, el arma usada por Moscú para disfrazar sus ataques, divulgó los 19.000 correos en pleno inicio de la convención demócrata. "No puedo decir cuáles son los motivos de esta filtración, pero lo que sé es que Trump ha expresado de forma repetida su admiración por Putin", señaló entonces Obama.

El 7 de octubre, un mes antes de las elecciones, la Comunidad de Inteligencia, que agrupa a las 16 agencias de información, y el departamento de Seguridad Nacional acusaron directamente a Moscú en un comunicado. Pero no fue hasta el 9 de diciembre, un mes después de las elecciones, cuando se dio el doble paso crucial de señalar oficialmente a Trump como beneficiario y, muy importante, de hacerlo a través de la prensa, la gran bicha del magnate. Fue entonces cuando Obama encargó que las investigaciones se plasmaran en el informe del 6 de enero. Una semana antes decretó las sanciones que llevaron a Trump a encargar a Flynn la funesta gestión con el embajador ruso.

Por supuesto, Rusia siempre lo ha negado todo. Más sorprendente, por su absoluta imprudencia, ha venido siendo la reacción de Trump, que se ha colocado siempre del lado ruso, con gran preocupación de relevantes republicanos para los que Moscú es un rabo con cuernos y olor a azufre. Tras la divulgación de los correos demócratas, Trump escribió: "Rusia, si estás escuchando, espero que podáis encontrar los 30.000 correos electrónicos desaparecidos", en alusión a parte de los polémicos e-mails de la secretaria de Estado Clinton. "Esto ya ha dejado de ser una curiosidad, se trata de una cuestión de seguridad nacional", replicaron los demócratas. Después, a lo largo de la investigación de los ciberataques, Trump descalificó de modo sistemático a la inteligencia estadounidense. Por ejemplo, cuando en diciembre las agencias le señalaron como su principal beneficiario, escupió: "Es la misma gente que decía que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva".

Este desafío le ha pasado factura desde el primer momento. En agosto, cuando incitó a los rusos a hackear a Clinton, el FBI filtró información comprometedora sobre su jefe de campaña, Paul Manafort, quien tuvo que dimitir. Manafort, asesor del presidente ucraniano prorruso Yanukovich, el derrocado por la revuelta del Euromaidán, fue acusado de cobrar millones de dólares para defender los intereses rusos en EE UU y de hacer negocios con un oligarca próximo a Putin. Desde entonces los desencuentros han crecido. Por sólo citar los más recientes, tras hundir a Flynn las agencias contaron a la prensa este martes que el equipo de Trump mantuvo contactos con espías rusos y funcionarios del Kremlin durante todo el año previo a las elecciones. El miércoles, revelaron que ocultan información al Presidente por miedo a que la filtre a Rusia.

Es cierto que Trump irrumpió en campaña con alabanzas a Putin y dejando caer que levantaría las sanciones y hasta aceptaría olvidar la anexión de Crimea, aunque ahora reclama a Rusia que se la devuelva a Ucrania. Logró incluso que la convención republicana borrase de su programa una iniciativa para reforzar militarmente a Ucrania contra Rusia.

También es cierto que Putin le correspondió: "Es brillante, muy pintoresco, tiene mucho talento. Un líder absoluto", dijo en diciembre de 2015. Pero, pese a todo, subsiste una pregunta clave: ¿qué ha movido a Trump a alinearse con Putin? Pregunta más que pertinente si se recuerda que Trump se crió a los pechos del mafioso Roy Cohn, el brazo derecho del senador McCarthy en la "caza de brujas" anticomunista.

Oportunismo en la lid electoral con los demócratas, islamofobia compartida y voluntad de hacer negocios con el gigante ruso son tres respuestas muy citadas. Pero en este punto hay que aludir al informe del exespía británico Christopher Steele, experto en Rusia desde hace años, que nunca ha recibido una confirmación oficial y cuya gestación, todo sea dicho, está rodeada de puntos oscuros y es investigada por el FBI.

Sacado a la luz el 10 de enero, el informe sostiene que en noviembre de 2013 Trump, de negocios en Moscú, contrató a prostitutas para que, mientras él las contemplaba, orinaran sobre la cama en la que habían dormido los Obama durante una visita a la capital rusa. Todo estaría grabado, así que Putin lo tendría bien agarrado. Aunque al parecer Trump no lo supo hasta que comenzó la campaña electoral.

Desde aquel viaje de 2013, en el que, según el informe, rechazó ofertas para hacer negocios inmobiliarios, el Kremlin estuvo cultivando y apoyando a Trump con la intención de provocar divisiones "en la alianza occidental". Pero, iniciada la campaña, dos hombres del candidato viajaron a Moscú, donde fueron puestos al tanto de las grabaciones sexuales y del hackeo a los demócratas. Y así empezó la fase de la conexión rusa que ya conocemos y que cada vez exaspera más a Trump y lo enfanga en su doble guerra con la prensa y los espías. "Rusia nunca ha tratado de utilizar su influencia sobre mí. ¡No tengo nada que ver con Rusia: ni negocios, ni préstamos, nada!", es su queja. Pero la pregunta sigue abierta: ¿por qué precisamente Rusia?

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