Apagado ya el estruendo de la campaña electoral de EE UU, ha llegado el momento de observar con atención los movimientos internacionales del presidente electo y las reacciones de las diferentes potencias. A la cabeza de todas las incógnitas se encuentra el alcance de las supuestas buenas relaciones que el republicano Trump mantiene con el presidente ruso, Vladimir Putin.

Después de que el miércoles Putin advirtiese que no será fácil restablecer las "degradadas relaciones" bilaterales, ayer un portavoz del Kremlin lanzó unas sorprendentes declaraciones en las que adelantó que ambos países tienen enfoques cercanos en política exterior, lo que, añadió, permite abordar el futuro común con optimismo moderado. El portavoz ruso resaltó que Trump dijo en su discurso de la victoria que EE UU está dispuesto a llevarse bien con todos los países que quieran tener buenas relaciones con él, y añadió que eso mismo es lo que ha dicho recientemente Putin.

Mientras desde Rusia le llegaban estos ecos favorables, Trump corrigió uno de sus errores de campaña y dedicó una particular atención a Extremo Oriente. El presidente electo habló por teléfono con la presidenta surcoreana, Park Geun-hye, para darle seguridades sobre la protección de Washington frente a Corea del Norte. Trump ha declarado en campaña que Pyongyang es un satélite de China -algo que muchos analistas le concederán- y ha amenazado a Pekín con imponerle sanciones comerciales si no pone bajo control al régimen de Kim Jong-un.

Poco después, Trump miró hacia el otro gran aliado de EE UU en la zona, Japón, con cuyo primer ministro habló por teléfono y fijó un encuentro para el próximo jueves. Corea del Sur y Japón, cuyo "peso" en el gasto de Defensa de EE UU criticó Trump en campaña, son los dos principales pivotes de Washington en un Extremo Oriente que cada vez más se configura como el escenario geopolítico privilegiado.

Con quienes, hasta donde se sabe, Trump todavía no ha mantenido ningún tipo de contacto es con los dirigentes latinoamericanos. Ayer, el republicano recibió los parabienes del presidente venezolano, Nicolás Maduro, y del cubano, Raúl Castro. Sin embargo, el miércoles, La Habana anunció maniobras militares "para enfrentar las diferentes acciones del enemigo". Son sólo los compases iniciales de lo que está llamado a ser un nuevo capítulo geopolítico tras la era de Obama.