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Elecciones presidenciales de Estados Unidos

La primera dama y el aprendiz de brujo

Los dos candidatos más conocidos, rechazados, dispares y maduros vistos en décadas se disputan mañana la Casa Blanca con los sondeos en empate técnico

La primera dama y el aprendiz de brujo

El 20 de junio de 1969, un mes antes de que Armstrong hollara la Luna, el semanario estadounidense "Life" publicó "Curso del 69", artículo con declaraciones de tres universitarios recién licenciados. En el trío figuraba Hillary Rodham, una joven de Chicago de 21 años que días atrás había cosechado siete minutos de aplausos por un discurso de graduación en el que, con ímpetu sesentayochista, había rebatido los puntos de vista conservadores del senador que la había precedido en el atril de la ceremonia. "Life" tiraba 8,5 millones de ejemplares, de modo que cuando, al poco, esta hija de un comerciante en telas ingresó en Yale para sumar Derecho a su grado de Políticas ya era una pequeña celebridad bautizada como "la voz de su generación".

Por esos días, Donald Trump, un año mayor que Rodham y graduado en Económicas, arrancaba en el sector inmobiliario de la mano de un padre que dividía el mundo en depredadores y perdedores. Nieto de alemanes e hijo de escocesa, Trump había crecido en una mansión del distrito neoyorquino de Queens bautizada como "Tara" y, hacia los 13 años, era definido como "un bocazas matón". Su progenitor, propietario de bloques de pisos de alquiler para clases medias en distritos periféricos de la capital del mundo, decidió que la Academia Militar de Nueva York moldeara sus instintos. De allí salió a los 18, convertido en capitán y aureolado por el anuario escolar como el cadete más ligón. A los 25 ya había tomado el control de la empresa paterna y se lanzaba a conquistar Manhattan.

A partir de ahí, la vida de los dos contendientes que mañana lucharán por la presidencia de EE UU, ya es más conocida.

La demócrata Hillary, a quien sus compañeros de colegio admiraban hasta el punto de augurar que se casaría con un senador, trabajó en la comisión del Congreso que investigó el Watergate y, tras la dimisión de Nixon en 1974, cuando todo el mundo le asignaba un brillante futuro en Washington, se marchó a Arkansas y se casó con Bill Clinton, su novio de Yale, que iniciaba su carrera política en su remoto estado natal. Después, además de esposa engañada, fue primera dama de Arkansas y de EE UU, fallida propulsora de la reforma sanitaria, senadora y secretaria de Estado.

Por su parte, Trump, el populista incrustado en las filas republicanas, se alió a principios de los 70 con el abogado Roy Cohn, una de las manos derechas del senador McCarthy en los años de la caza de brujas. Cohn le enseñó a sacar partido de su instinto depredador en la jungla de los negocios aplicando la máxima de no admitir nunca una equivocación ni una derrota. Su exitosa penetración en la Gran Manzana, del brazo de la modelo Yvana Zelnícková, culminó en 1980 con la erección de la Torre Trump. Un hito empañado por el rechazo que le prodigó la aristocracia neoyorquina, que siempre le afeó cierta falta de clase. Después vino la quiebra, la recuperación y 14 años de éxito televisivo al frente del reality "El aprendiz". Muchos vaivenes, una fortuna calculada entre 5.000 y 10.000 millones de dólares y, al final, el sueño de la Casa Blanca.

Un rasgo común, y sin precedentes, de los dos contendientes de mañana es que, mucho antes de lanzarse a la áspera y sucia carrera electoral de 2016, ya eran polémicas celebridades mundiales. También los une el hecho de figurar entre los aspirantes más maduros que se recuerden: él tiene 70 años; ella 69, la edad del abuelo Reagan al llegar a la Casa Blanca. Celebridad polémica y madurez que desembocan en una tercera nota: ambos provocan gran rechazo. Clinton concitaba ayer un 55,3% de opiniones adversas (13,8% más que las favorables), mientras Trump se izaba al 57,8% (19,2% más que apoyos).

El porqué del rechazo a Trump se aloja en cualquier lista de escándalos de campaña. Será difícil encontrar un sector de la población, desde el establishment a los inmigrantes, al que no haya atacado, con excepción de los obreros y campesinos blancos. En cuanto a Clinton, brillante estudiante y hábil jefa de gabinete en la sombra durante años, las palabras claves son frialdad, secretismo y vieja guardia. Sus amigos de infancia afirman que la mala relación entre sus padres la volvió reservada. Sus compañeros de la época en la que investigaba el Watergate apuntan que los pasillos del Congreso le inculcaron secretismo. Los analistas de la carrera de los Clinton añaden, en fin, que su piel de hielo se vio endurecida por los vaivenes políticos de Bill y por su afición a unas aventuras amorosas que saltaron a los medios y a las tribunas del Congreso. Como quiera, uno y otra llevan medio siglo coleccionando enemigos que ahora les gratifican con los epítetos de aventurero francotirador y política corrupta al servicio de Wall Street.

Más allá de los rasgos comunes, están los programas. El de Trump es más impredecible, en parte porque se lo reserva, en parte porque la improvisación ha sido su combustible de campaña. En suma, recoge la herencia "neocon" en lo socioeconómico y en la voluntad de robustecer el aparato militar, aunque defiende el aislacionismo. El de Hillary se basa en la agenda de los ocho años de Obama, a la que imprimirá un carácter más robusto en política exterior, manteniendo el impulso de redistribución social en el interior y acentuándolo respecto a mujeres y niños, dos grandes ejes de su carrera política.

En todo caso, sus propuestas chocan en puntos clave. Trump propone rebajas de impuestos a familias y empresas para fortalecer una recuperación económica que desprecia por endeble. Clinton pretende aumentar la presión fiscal a las rentas altas para financiar programas de renovación de infraestructuras, energías limpias, educación y sanidad. Su gran reto, que intentará en los primeros cien días si los demócratas logran el Senado, es la reforma migratoria, que choca con el Muro de México que imagina Trump. En el exterior, donde Trump resulta más que errático, Rusia, las alianzas y el libre comercio marcan las mayo'res diferencias. Son conocidas las simpatías del magnate por Putin y su voluntad de aflojar lazos con Europa, Japón y Corea del Sur, además de renegociar los tratados comerciales, los acuerdos sobre el clima y los procesos de aproximación a Irán y Cuba. Clinton se propone mantener la dureza ante la sancionada Rusia, reforzar la colaboración con los aliados y espolear el librecambio, aunque haya dado marcha atrás en el acuerdo Transpacífico, en íntima vinculación con su deseo, alentado por el Pentágono, de anclar a EE UU en un Oriente Medio sacudido por la crucial carnicería siria.

Las encuestas nacionales insistían anoche en un empate técnico, levemente favorable a Clinton. Con todo, su posición es más sólida en la mayoría de la docena de estados donde se resolverá la partida. Gane quien gane, hará Historia. Clinton por ser la primera mujer al frente de EE UU, tras haber sido además primera dama, y por lograr un tercer mandato demócrata sin precedentes desde los cinco que encadenaron Roosevelt y Truman (1933-1953). El aprendiz de brujo Trump, por sentarse en el Despacho Oval sin tener ninguna experiencia política. Los dados están en el aire y medio planeta escruta cómo voltean.

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