La campaña del candidato presidencial republicano, Donald Trump, aseguró ayer por la tarde que la amenaza de meter en la cárcel a su rival, la demócrata Hillary Clinton, por el escándalo de los emails del departamento de Estado, fue "una broma". La amenaza constituyó el momento más destacado del segundo debate previo a los comicios del próximo 8 de noviembre -celebrado ayer de madrugada (hora española)- y carece de precedentes en un acto de estas características.

El cara a cara fue para olvidar, por su completa falta de altura política. Solo le dieron algo de mordiente las habituales salidas de tono de Trump y las continuas acusaciones de parcialidad que lanzó a los dos moderadores de la cita. Según un sondeo de la CNN, el 57% de los consultados dio ganador a Clinton, mientras un 34% se inclinó por Trump. Con todo, el 63% estimó que el republicano lo hizo mejor que en el primero de los debates, en el que solo recogió el apoyo de un 27%.

El magnate llegó tocado al cara a cara, a consecuencia del escándalo desatado el fin de semana por la difusión de unas grabaciones de 2005 en las que vertía groseras descalificaciones misóginas. Esas declaraciones le valieron la retirada explícita de apoyo por parte de relevantes republicanos, como los excandidatos Mitt Romney (2012) y John McCain (2008). Hasta ayer por la tarde, todos los ojos estaban fijos en el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, la máxima autoridad republicana hoy por hoy, quien finalmente decidió no retirarle el apoyo. Ryan precisó, no obstante, que no hará campaña por el magnate.

Trump sabía la que se le venía encima y, por eso, calentó el debate con una comparecencia previa, grabada con teléfono móvil, en la que se rodeó de mujeres que en su día denunciaron al expresidente Clinton por acoso sexual. Así arropado, cuando minutos después salieron a relucir en el debate sus declaraciones misóginas, Trump se acantonó en que lo suyo eran "palabras", mientras que Bill Clinton, presente en el acto, es "la persona que más ha abusado de las mujeres".

Broncas al margen, el debate transitó sin consistencia alguna por las consabidas sendas de la reforma sanitaria ("Obamacare"), el empleo, la fiscalidad, la energía, el yihadismo o la violencia racial. Clinton aprovechó para denunciar ciberataques rusos a las páginas demócratas y resaltó que nunca Moscú se había interesado tanto por unas presidenciales estadounidenses, algo que achacó a "la amistad" de Trump con Putin. Este vínculo fue negado de plano por el republicano.

Como fin de fiesta, ambos candidatos fueron invitados a destacar un rasgo que respetasen de su oponente. Clinton escurrió el bulto alabando a los hijos de Trump, quien se mostró algo menos cicatero y destacó que la demócrata "es una luchadora, una persona que no se rinde nunca".