El carrusel llega a su fin. El largo rosario de elecciones primarias iniciado el 2 de febrero en Iowa desgrana hoy su último gran martes. Más grande para los demócratas que para los republicanos, ya que estarán llamados a votar en seis Estados, mientras que los del elefante sólo lo harán en cinco. En ambos casos, la joya será California -475 delegados demócratas, 172 republicanos-, aunque ahí se acaban las similitudes.

Entre los republicanos todo está dirimido desde que, el pasado 4 de mayo, Ted Cruz y John Kasich se retiraron de la carrera por la Casa Blanca tras sufrir una inapelable derrota en Indiana. Donald Trump les acababa de endosar un contundente 57-0 y, de ese modo, destruía en el primer acto la alianza que ambos habían fraguado días antes como último recurso del aparato republicano para cerrarle al polémico magnate el paso a las presidenciales de noviembre.

Desde entonces, Trump dedica la mayoría de sus esfuerzos a tender puentes con los jerarcas del partido, labor en la que cuenta cada vez con más aliados, el último de ellos el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan. El resto de su tiempo lo emplea en descalificar a Hillary Clinton, con quien desde hace semanas mantiene un cerradísimo pulso en las encuestas. Si ayer el promedio más prestigioso (RCP) le daba un punto y medio de ventaja a Clinton, hace apenas diez días era Trump quien se imponía por dos décimas. Un empate técnico que sólo se resolverá al final de una campaña que se anuncia muy, muy dura y animada.

El neoyorquino Trump, que dentro de una semana cumplirá 70 años, pelea con Clinton porque sabe que, salvo catástrofe mayúscula, será la candidata con la que se medirá el 2 de noviembre. Pero, en realidad, a la exsecretaria de Estado, exsenadora y ex primera dama, nacida en Chicago hace 68 años, le queda poco tiempo libre para devolverle los golpes porque aún no tiene bien cerrados sus números. Es cierto que, con la mayoría absoluta de delegados a la convención presidencial (Filadelfia, 25-28 de julio) establecida en 2.382, Clinton tiene consolidados unos 2.357, a los que en las últimas horas habrá sumado los siete que conquistó el sábado en las Islas Vírgenes y los entre 30 y 40 que le valdrá su victoria del domingo en Puerto Rico. O sea que, técnicamente, cuando lean esto, será ya o estará a punto de ser candidata.

Sin embargo, los negocios importantes hay que dejarlos bien amarrados. Y en la cifra de Clinton cuentan mucho los 548 superdelegados -miembros natos de la convención por su papel orgánico en el entramado demócrata- que ya se han inclinado por ella. En cambio, su rival, el senador por Vermont Bernie Sanders, sólo ha sido capaz de seducir a 46 jerarcas y eso le pesa como plomo. Piénsese que el tanteo derivado estrictamente de las urnas refleja un 1.809-1.520, por lo que a Clinton todavía le faltan 217 delegados para presumir del respaldo de la mayoría de los 4.051 elegidos por las bases. Dos centenares largos de compromisarios que, sin duda, se apuntará en la séxtuple cita de hoy, donde se atribuyen 694. Pero también dos centenares largos de compromisarios que habrá tardado en conseguir muchísimo más tiempo del que se preveía.

Junto a la humillación infligida por Trump al aparato republicano, la otra gran sorpresa de las primarias ha sido la inusitada resistencia del izquierdista Sanders, un notable personaje de 74 años que se define como socialista y se ha empeñado en llevar a la calle mayor estadounidense un abanico de propuestas socialdemócratas hasta ahora relegadas a las catacumbas "comunistas". "Un futuro en el que creer" ha sido su lema.

Sanders, nacido en Brooklyn de obreros judíos polacos huidos del Holocausto, se ha convertido en el representante de los indignados que ocuparon Wall Street. Apoyado en todo el país por legiones de jóvenes "milennials", ha recogido parte del impulso popular que en 2008 izó a Obama a la Presidencia y, como él, ha conseguido financiar su campaña con microdonaciones -unos 25 dólares de media- que le permiten atacar a Clinton como la candidata de las grandes corporaciones y de los especuladores financieros.

Sus propuestas son tan sencillas como su discurso, que sus seguidores califican de didáctico y sus rivales de simplón: educación y sanidad gratuitas y universales; refuerzo de los derechos laborales, en particular las bajas por maternidad y enfermedad, y las vacaciones retribuidas; elevación del salario mínimo en más de un 100%; legislación contra la discriminación de la mujer; defensa de los derechos de homosexuales y personas transgénero; reforma de la financiación política para debilitar los vínculos entre partidos y capital; mayor regulación de las finanzas? En suma, una expansión del papel de las administraciones en la vida de Estados Unidos como no se conoce desde que, en la década de 1930, el New Deal de Roosevelt puso a cien la maquinaria pública para luchar contra la Gran Depresión.

Con esa panoplia, que suele exponer sin sonreír demasiado, Sanders -alcalde en 1981, representante en 1991, senador independiente en 2007- ha logrado congregar hasta 40.000 personas en sus mítines y ha obligado a Clinton a escorar hacia la izquierda su programa y a acentuar su componente feminista, algo que evitó cuando en 2008 compitió con Obama por la nominación.

También ha conseguido que sus detractores le acusen de planear la asfixia del país por presión fiscal, a lo que él responde que bastaría con incrementar las cotizaciones sociales y gravar más las transmisiones patrimoniales y la actividad de Wall Street. La especulación financiera es su bicha y también la ubre de sus sueños.

Sanders, activista político desde que hacia 1960 se unió a las juventudes del Partido Socialista de América y, en sus filas, se sumó al movimiento por los Derechos Civiles, tropieza sin embargo con un escollo. Su discurso postmarxista, que entusiasma a tantos jóvenes por sus continuas arremetidas contra Wall Street y la vieja clase política, triunfa entre el electorado demócrata blanco de clase media y con formación, pero se estrella en la conquista de negros y latinos, por más que en 1963 figurase entre los cientos de miles de personas que marcharon sobre Washington junto al líder afroamericano Martin Luther King.

De ahí que, frente a los trece millones de votos logrados por Clinton, él se haya quedado en diez. De ahí también que aunque haya encadenado victorias o magníficos resultados en la Costa Oeste -en California compite hoy en condiciones de empate técnico-, en el Oeste y Medio Oeste, en los Grandes Lagos y en parte de la Costa Este, se le resista el Sur y esa crucial Florida latina donde Clinton le dobló en votos.

Lo previsible es que Clinton salga de la jornada de hoy investida candidata. Pero Sanders ya ha advertido que llevará su mensaje a la convención presidencial de Filadelfia. Viejo luchador, su intención es que la "revolución política" en la que está empeñado encuentre continuidad. Por un lado, empujando a Clinton a elegir una personalidad izquierdista para que le acompañe en la Vicepresidencia. Por otro, y muy importante, consiguiendo que la enorme red que ahora le apoya trabaje en favor de candidaturas de izquierda en las legislativas de noviembre. Porque, más allá de las victorias y las derrotas, el juego de Sanders consiste en transformar el discurso político de EE UU.