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Trump, la brecha republicana

La virtual nominación del magnate revela el divorcio entre las bases y los dirigentes de su partido, y delata que EE UU no es ajeno a la oleada occidental de populismo

Trump, la brecha republicana

Hace algo menos de un año, el 17 de junio de 2015, los lectores del neoyorquino "Daily News", un tabloide populista filodemócrata, se desayunaron con una de las habituales portadas del cuarto diario más difundido en EE UU. Un tipo disfrazado con todos los atributos del "clown", incluida la nariz roja sujeta con una burda goma elástica, les apuntaba con su dedo índice mientras un gigantesco titular anunciaba: "Un payaso compite por la Presidencia". El tipo, claro, era el magnate Donald Trump.

Apenas un año después, el "payaso", al que el "Daily News" ha caracterizado de zombi en varias ocasiones, se ha convertido en el virtual candidato de los republicanos para las presidenciales del 8 de noviembre. Por el camino ha quedado una sucesión de escándalos, causados siempre por contundentes frases ofensivas que se han cuidado bien de no atacar a la base más firme de Trump.

Esa base se ancla en una ciudadanía blanca, derechista, angloparlante, golpeada por la crisis y en buena parte masculina, que reniega de la clase política, los inmigrantes y los musulmanes. Condena, además, las políticas reformistas y la "debilidad" internacional de un presidente negro, considera que el libre comercio y las deslocalizaciones son la causa de los males que la atribulan y, por encima de todo, quiere que le devuelvan a EE UU su grandeza perdida.

Esa ciudadanía está persuadida de que EE UU precisa que el Trump cerrado a condenar el suprematismo blanco del Ku Klux Klan aplique a la política la inteligencia para los negocios que se le supone a un empresario multimillonario. Aunque su cuna inmobiliaria ya fuera de oro y aunque su trayectoria esté sembrada de caídas, bandazos y extravagancias.

"Necesitamos un empresario en la Casa Blanca" es la consigna de las bases y, con ella, le han dado al magnate la victoria en 28 de las 47 elecciones primarias disputadas. A escala nacional, le otorgan un respaldo del 40,8%, a solo 6,5 puntos ya de quien, por el momento, sigue siendo la favorita presidencial, Hillary Clinton.

Los votantes de Trump están exultantes de xenofobia y proteccionismo y no dejan de corear en sus mítines que será México quien pague el Muro que impedirá a EE UU seguir llenándose de "escoria". Sin embargo, los dirigentes republicanos consideran a Trump un intruso llamado a destrozar a la formación, cuando no un liberal disfrazado que les "regalará" a los demócratas un tercer mandato sin precedentes desde la era Roosevelt-Truman (1933-1953).

De modo que la cúpula está sumida en el desconcierto. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? y ¿qué vamos a hacer ahora? son las preguntas que la devoran estos días. En particular desde que, el pasado miércoles, la retirada de los dos últimos contrincantes de Trump volvió irrelevantes las primarias aún por disputar hasta el 7 de junio.

El cómo es ya pasado y, por tanto, terreno favorito de analistas que resaltan la miopía de los rectores del Viejo Gran Partido (GOP, siglas en inglés) cuando se tomaron a chufla el salto a la política de Trump. Una falta de reflejos que, por otra parte, delata la gran crisis interna de una formación política sumida en la división. Los viejos conservadores de toda la vida apenas cuentan y los modernos "neocons" de la era Bush han sido sobrepasados por aquella revuelta del Tea Party desatada por la llegada conjunta de Obama y de una crisis sin precedentes desde 1929.

Los "neocons" eran una coalición de intereses oligárquicos que buscaba su justificación ideológica en el liberalismo a ultranza y en una concepción imperialista del mundo. El Tea Party, que sumió a los electos republicanos en una carrera hacia la extrema derecha para mantener sus feudos, ha acabado en el populismo puro y duro de un extraño a las filas del partido del elefante.

Un populismo que se ha tragado a dirigentes cuya trayectoria no se entiende sin el Tea Party, como Marco Rubio -la gran apuesta fallida del aparato republicano y de Wall Street- o el muy duro Ted Cruz, última esperanza a regañadientes de la cúpula del GOP. Un populismo que, en la derecha como en la izquierda, estriba en decir lo que las indignadas bases quieren oír: bravatas antisistema (anti-Washington en EE UU) sin concreción política plausible.

Pero, además, las imprevisibles bravatas de Trump -y esta es, más aún que el agotamiento del modelo republicano, la clave de su éxito- hipnotizan a los medios, porque garantizan grandes audiencias. Trump ya era mundialmente conocido antes de saltar a la política y en EE UU millones de personas siguieron "El aprendiz", un "reality" donde seleccionaba candidatos para dirigir alguna de sus empresas. Un dato: "The New York Times" estima que el tiempo dedicado a Trump por los medios equivale a 2.000 millones de dólares en propaganda. Otro dato: el informativo nocturno de la ABC ha concedido 81 minutos a Trump este año y sólo 20 segundos a Bernie Sanders, el rival socialdemócrata de Clinton.

Como quiera que hayan llegado a esta situación unos republicanos divorciados de sus bases, la pregunta que ahora se les plantea es qué hacer. Y aquí es donde ha surgido la desbandada.

Por solo poner algún ejemplo, los Bush no quieren saber nada del hombre que acaba de expulsar de las primarias a uno de los suyos, como tampoco piensan apoyarle los excandidatos McCain y Romney. Hay quien, con más que perder, dice que se lo está pensando, como el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, tercera autoridad federal y última esperanza del aparato para cerrarle el paso a Trump si se hubiera llegado a una convención abierta. Y, por supuesto, ya hay colaboradores: el jefe de la mayoría republicana en el Senado, el exgobernador de Texas Rick Perry, que se ha ofrecido como vicepresidente; los gobernadores de Nevada y Carolina del Sur?

Hay incluso quien, desesperado, parece dispuesto a lanzar un tercer candidato, aun sabiendo que eso facilitaría una victoria de Clinton. Pero la mayoría calla. Todos los representantes y un tercio de los senadores renuevan su cita con las urnas en noviembre y esa es ahora su única prioridad.

Trump ha abierto, pues, una brecha profunda en los republicanos, aunque para restañar heridas ya esté sugiriendo prebendas futuras. Lo grave es que la brecha de Trump desborda a su partido, porque está inscrita en la profunda sima que, al igual que en Europa, separa a los ciudadanos de EE UU de su clase política, como demuestra la inaudita resistencia del izquierdista Sanders ante Clinton. Las manos más apasionantes de la partida están por llegar y no serán aptas para aprendices.

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