El Papa Francisco concluyó ayer su visita a los refugiados atrapados en la isla griega de Lesbos con una sorpresa: en el avión que le llevó de regreso al Vaticano viajaron con él doce sirios que serán acogidos por la Santa Sede. En suelo heleno, el pontífice imploró a Europa "una solución", porque los refugiados "no son números, sino personas". Y en el vuelo de vuelta a Roma reconoció que lo que había visto en Mitilene era "para llorar".

"Después de lo que he visto, de lo que ustedes han visto, en ese campo de refugiados, daban ganas de llorar", decía Francisco a los periodistas que viajaban con él en el avión, mientras enseñaba unos dibujos que le habían regalado los niños del centro de detención de Moria, en la ciudad de Mitilene.

En uno de los dibujos se ve a un niño ahogándose; en otro, aparece un sol llorando. "Es cierto que en el campo no tienen cursos de educación, pero, ¿qué han visto estos niños? Esto lo tienen en el corazón", lamentó Francisco, que afirmó que lo que quieren estos menores es "paz".

Sin embargo, a su llegada a Lesbos, el Papa fue recibido al grito de "libertad". Él se había declarado "triste" al aterrizar en la isla, porque iba a ver "un cementerio en el mar" y "la catástrofe humanitaria más grande desde la II Guerra Mundial".

Francisco fue recibido en el aeropuerto de Lesbos por el primer ministro griego, Alexis Tsipras, el Patriarca de Constantinopla, Bartolomé, y el arzobispo de Atenas y de toda Grecia, Jerónimo.

Tras la ceremonia de bienvenida en la pista, el Pontífice se reunió con Tsipras en privado y le dijo que también había viajado a Grecia para agradecer a su pueblo su "generosidad" a pesar de la crisis económica que padece.

Y después, empezó: "He venido aquí con mis hermanos, el patriarca Bartolomé y el arzobispo Jerónimo, sencillamente para estar con vosotros y escuchar vuestras historias. Hemos venido para atraer la atención del mundo ante esta grave crisis humanitaria y para implorar una solución".

Y al reunirse en el puerto con ciudadanos y miembros de la comunidad católica de la isla, advirtió: "No debemos olvidar que los emigrantes, antes que números son personas, son rostros, nombres, historias".

Y volvió a alabar al pueblo griego, por el que mostró su "admiración", ya que a pesar de las graves dificultades que tiene que afrontar, "ha sabido mantener abierto su corazón y sus puertas". Y a Europa en su conjunto le pidió que recupere su "capacidad de integrar".

Pero el gesto del día aún estaba por llegar. Para dar ejemplo a los países cuya ayuda estaba reclamando, el Papa, en un "signo de acogida", como lo calificó la Santa Sede, volvió a Roma con doce refugiados sirios.

Se trata de una pareja de ingenieros, con un niño de dos años; un maestro y una costurera, con sus tres hijos, dos de ellos adolescentes; y un matrimonio joven, con dos niños de 7 y 8 años.

La primera familia vivía en la zona periférica de Al Zapatani, expuesta a masivos bombardeos, mientras que la segunda tenía su hogar en Deir al Zor, una zona que quedó bajo la ocupación del Estado Islámico. Su casa fue bombardeada, al igual que la de la tercera familia, que antes de huir vivía en Zamalka, una aldea de la capital siria.

Las tres familias estaban en el campo de refugiados de Kara Tepe, según informa el diario oficial del Vaticano, "L'Osservatore Romano", desde antes de que se firmara el acuerdo UE-Turquía para devolver a todos los arribados desde el litoral otomano.