Sin agua potable ni luz eléctrica, Mehereta Baruch-Ron, concejal de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Tel Aviv, creció en una remota aldea de Etiopía mientras soñaba en amárico, la lengua semítica de la etnia amhara, con la Tierra Prometida a la que había llegado la legendaria Reina de Saba para sellar con el poderosísimo Rey Salomón de Israel una paz entre los dos reinos. El sueño de Mehereta, igual que el de miles de etíopes hebreos, se prolongó durante años con sobrecogedoras pesadillas marcadas por la persecución que sufrieron los falashas, los judíos etíopes que a hurtadillas seguían los preceptos de la Torá, en el régimen marxista de Mengistu Haile Mariam. Pero ayudados en operaciones secretas por Israel, Estados Unidos y el Mossad lograron a partir de 1980 con muchas dificultades hallar y asentarse en el paraíso ofrecido por Yahvé a Abraham y a sus descendientes.

"Siempre escuché obnubilada las historias que se contaban de Israel en mi aldea", rememora Mehereta con una amplia sonrisa de dientes blanquísimos que destacan en su negrísima piel etíope. Antes de relatar su odisea, la responsable municipal de Servicios Sociales de Tel Aviv deja claro que su historia tiene más que ver con la superación que con la pena y se remonta a hace más de treinta años, cuando con tan solo nueve inició su huída de Seramie, el poblado etíope en el que había nacido.

Un amplio grupo de falashas planearon el viaje desde Etiopía a Israel con parada en Sudán. Mehereta y dos de sus hermanas se unieron a la comitiva que partió secretamente y en plena noche para caminar durante tres semanas 800 kilómetros que les llevaron a un campo de refugiados sudanés. "Fue terrible, aunque como era una niña lo viví como si fuese una aventura muy excitante", evoca en una casa de Tel Aviv.

Mehereta, protagonista de esta hazaña y testigo de la horrible muerte de muchos compañeros de aventura que se quedaron por el camino, recuerda con tristeza que "otros ni tan siquiera pudieron iniciar el periplo". Su madre y su hermana mayor se quedaron en Etiopía para cuidar de los abuelos, justifica con resignación.

Sudán no era la Tierra Prometida y Mehereta y sus acompañantes se quedaron atrapados durante seis meses en un territorio de nadie, mal atendido por unas organizaciones humanitarias atadas de pies y manos por las autoridades sudanesas y las presiones de los países tanto árabes como de la órbita soviética. "Afortunadamente, seis semanas después de llegar al campo de refugiados apareció mi padre con mis hermanos", celebra el reencuentro con entusiasmo todavía hoy. A su madre no la volvió a ver en Israel hasta seis años después. Se había casado en la aldea etíope con otro hombre y tenía una nueva familia.

"Los días pasaban muy lentos y parecía que no íbamos a llegar nunca a Jerusalén, pero entonces Israel activó la Operación Moisés que nos devolvió la esperanza", añade la política del partido Meretz, una formación socialdemócrata, secular, sionista-socialista y pacifista. Ocho mil etíopes judíos fueron rescatados por el Mossad de los campos de refugiados sudaneses para trasladarlos a Israel en una operación secreta que duró 45 días entre noviembre de 1984 y enero de 1985.

Algo cambió en la mente de la niña Mehereta cuando descubrió los avances de una ciudad moderna como Tel Aviv. "Me di cuenta de que todo era diferente porque, entre otras razones, yo no sabía ni leer ni escribir", relata con una amplia sonrisa. Las luces, los grifos, los ascensores y los semáforos constituyeron deslumbrantes descubrimientos que la despertaron de la miseria y la ignorancia sufridas desde su nacimiento y decidió aprovechar todas las oportunidades que le brindaba la Tierra Prometida.

Lo primero que hizo nada más llegar a su destino fue ponerse a estudiar sin desmayo y se graduó en Psicología por la Universidad de Haifa. "Me gusta estar en contacto con la gente, ayudarles a resolver sus problemas y hacerles ver que si yo he podido salir de la pobreza más extrema, cualquiera puede hacerlo", explica orgullosa con total desenvoltura. Sus esfuerzos se dirigen ahora a facilitar el acceso a una vivienda a todos los habitantes de Tel Aviv, una de las ciudades del mundo diseñadas para los bolsillos más pudientes, conocida como la Nueva York de Oriente Medio.

Otro de sus retos es mejorar la situación de los miles de etíopes que residen en Israel descontentos ante la que denuncian como una clara discriminación de su comunidad y asqueados por la violencia policial que aseguran sufrir. "La diferencia cultural entre un etíope y un israelí es enorme", reconoce, "y lo que debemos de evitar es el crear ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda", continúa, sin dejar de reconocer la labor del Gobierno israelí con los judíos de su país.

"Israel nos trajo a la Tierra Prometida pero quizás se olvidó de darnos la formación necesaria para integrarnos en el país", elucubra al tiempo que admite que quizás existan en la nación de Yavhé ciertos atisbos aislados de racismo hacia la población negra.

Mientras tanto, Mehereta media con unos y otros y le gusta presumir de marido, un judío de ascendencia rusa con el que ya tiene tres hijos.