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"Después del ataque con gas, cuidé de niños perdidos y los devolví a sus padres"

La valla de la frontera serbio-húngara. // Marcos Sarmiento

El jueves 10 de septiembre la empresa para la que trabaja Marcos Sarmiento como cámara de TV y técnico de satélite le llamó para una sustitución. "No me lo pensé ni un segundo", asegura. El sábado partió hacia Hungría. Cuando llegó a Röszke, a170 Km de Budapest, se encontró "a cientos de personas viviendo en campos improvisados como perros sin dueño en un descampado repleto de basura.Había recién nacidos, niños, mujeres y ancianos de muchos países diferentes,viviendo en unas condiciones lamentables sin comida ni agua. Este pueblo se recordará porque allí fue donde días antes una cámara de TV zancadilleó y pateó a niños y a un padre con su hijo".

"La mayoría eran sirios y eritreos (de Eritrea, en el noreste de Sudán)", cuenta Marcos desde la zona, "pero también iraquíes, afganos, somalíes o nigerianos, hacinados y retenidos por la policía húngara después de pisar Europa desde Serbia, en una ruta que empezaba en Siria y Turquía, por mar, en botes de plástico, hasta a Grecia, caminando más tarde hasta Macedonia, Serbia, Hungría y Austria, para llegar a Alemania".

"Hungría los retenía y montaba en autobuses que conducían hacia la frontera austro-húngara como si fueran ganado. Todos los días salían unos 20 o 25 autobuses, y seguían llegando más y más personas en un goteo constante", cuenta el cámara vigués. "Poco después", añade, "el gobierno húngaro cerró la frontera con Serbia, vallando 175 Km con alambrada repleta de concertinas. Cientos de refugiados se quedaron en el pueblo fronterizo de Horgos atrapados sin poder salir". Allí, frente a una valla, Sarmiento vio como pedían poder seguir su camino hacia otros países europeos: "Queremos paz, abrid las fronteras, no somos terroristas, ¿Dónde están los derechos humanos?", gritaban, según relata el vigués, frente ante la valla protegida con antidisturbios y militares.

"La policía húngara comenzó a utilizar una fuerzatotalmente desproporcionada contra niños, mujeres y familias enteras utilizando gas pimienta,gases lacrimógenos y chorros de agua. Una avalancha humana escapaba casi ciega, vomitando y aturdida. Nadie se salvó, no se podía respirar y pasados unos minutos -para mí una eternidad- entre el caos vimos a niños gritando perdidos de sus padres y padres gritando por sus hijos. Yo mismo cuidé de niños hasta que encontramos a sus padres y se los pudimos devolver", recuerda.

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