El cierre de fronteras decidido el domingo por Alemania ha convulsionado la ruta de los refugiados, provocando un efecto dominó sobre otros países que, como Austria u Holanda, han pasado a practicar controles que hasta ahora no efectuaban, o llevando a Hungría -frontera sur del espacio Schengen de libre circulación- a cerrar su frontera con Serbia y obligar a los refugiados a volver sobre sus pasos. Es de temer que el caos extremo vivido ayer en países de media Europa se multiplique hoy, martes, al entrar en vigor la nueva legislación restrictiva húngara, que prevé penas de cárcel para quienes entren de modo ilegal en el país.

Tras haber abierto sus puertas de par en par hace una semana a los refugiados, Alemania se vio el domingo obligada a restablecer los controles, después de que el sábado llegasen a Múnich, la capital de Baviera, más de 12.000 personas. Como consecuencia, la CSU bávara, partido hermano de la CDU de la canciller Merkel y miembro de su coalición tripartita, puso el grito en el cielo y obligó a dar marcha atrás.

Ayer, las autoridades germanas explicaron que cuestiones de organización y seguridad fueron las que movieron a establecer unos controles que, se aseguró desde Berlín, no impiden la llegada de refugiados. Tan sólo hacen que el proceso "sea más ordenada", gracias al despliegue de unos 2.100 policías adicionales en las fronteras con Austria.

Para reforzar la argumentación defensiva general, el vicecanciller germano, Sigmar Gabriel, elevó a un millón el número de refugiados que recibirá su país hasta finales de año, cuando la semana pasada hablaba de 800.000, una cifra que ya suponía el cuádruple de la acogida en todo el año 2014.

Los reforzados controles alemanes tuvieron su primer impacto en Austria, donde ayer ya empezaron a notarse aglomeraciones de miles de personas que seguían llegando y ya no podían continuar hacia Alemania con la rapidez de los últimos días. Al paso fronterizo de Nickelsdorf, el principal cruce entre Austria y Hungría, arribaron ayer hasta media tarde casi 9.000 personas que esperaban subirse a autobuses o a trenes que los acercasen a su deseado destino en Alemania y que se encontraban frente a controles reforzados.

Sin embargo, las medidas más drásticas fueron adoptadas en Hungría, donde a la condición de frontera se une el abierto rechazo del primer ministro, el derechista autoritario Víktor Orbán, hacia los refugiados. Orbán, quien ayer afirmó que su deber es proteger la cultura, la forma de vida y las fronteras de Hungría y Europa frente a la oleada de refugiados, no dudó en cerrar el principal paso de frontera a los refugiados llegados de Serbia. Por la tarde, era ya un hecho constatado que Hungría estaba devolviendo a Serbia a cientos o miles de personas.

A la vez países como Holanda o Eslovaquia anunciaron refuerzos preventivos de los controles, mientras otros como Polonia o Bélgica daban a conocer que estudian la posibilidad de hacerlo. Solo Suecia manifestó con toda claridad que no está dispuesta a cerrar la puerta. Todo en una jornada en la que volvieron a registrarse cifras de récord, como las 6.000 personas llegadas a Macedonia desde Grecia o las 2.500 que atravesaron a la carrera Serbia en un intento de acceder a Hungría antes de que se consume el bloqueo.

Estos movimientos restrictivos no han sido bien aceptados por la Comisión Europea (CE). La presión migratoria no es de por sí para la CE razón suficiente para reintroducir controles internos dentro del área Schengen, salvo que se trate de una situación excepcional, dijeron fuentes de Bruselas.

El código de fronteras de Schengen, reformado en 2013, prevé que se puedan reintroducir controles en el caso de acontecimientos de gran magnitud -previstos con anterioridad- que requieran más seguridad, o bien en situación imprevistas de emergencia en las que sean necesarios y proporcionales. En esa segunda categoría se inscribiría la argumentación dada por Alemania a la CE para implantar de nuevo controles Schengen. Sin embargo, Bruselas alza las cejas.