Conocí a Superman en uno de mis primeros viajes a Caracas. Fue en 1996, un par de años antes de que Chávez ganara su primera elección presidencial. Era durante el segundo mandato de Rafael Caldera, el último presidente de un régimen bipartidista que se había hundido ya irremediablemente en la ciénaga de la corrupción y el descrédito social. Los venezolanos llevaban entonces ya 13 años sumidos en una profunda depresión económica e institucional que había arrasado con su antaño vigorosa clase media, y había poblado de miseria e inseguridad los cerros de la capital. Las causas y efectos de aquella crisis que reventó el viernes negro del 28 de febrero de 1983 y se extienden hasta nuestros días, guardan gran parecido con lo que ahora nos está ocurriendo a los españoles. Exceptuando, claro está, la exuberancia y excesos propios de una sociedad con un punto surreal, vehemente, caliente y caribeño, que en el momento en el que se inicia esta historia ya incubaba la respuesta, también hiperbólica, a ese fracaso político, institucional y económico que fue la IV República, la del bipartidismo entre adecos y copeyanos, entre el centro derecha y la socialdemocracia.

El Caribe en la sangre

Una de esas diferencias que se derivan de tener la sangre más caliente que nosotros explica la facilidad con la que se arma una balacera en cualquier esquina de Caracas, y también explica que a un policía que te pide identificarte le digas tranquilamente que te llamas Superman o Batman, mientras le muestras tu cédula de identidad. En el censo electoral de 2012 que dio la última victoria a Chávez tenían derecho a voto tres Superman, 83 Batman, 70 Hitler, incluyendo uno llamado Hitler Adonis, 8 Hochimin, un Tutankamen del Sol, una Yesaidú (por Yes I do), una Yusnavy (por los buques de la U.S. Navy), y un rosario de nombres extraños sacados de las más calenturientas imaginaciones.

Calor e imaginación en Venezuela es sinónimo de maracucho, que es como llaman a los habitantes del lago de Maracaibo, en el Estado de Zulia. La mayor fragua de esa legión de nombres disonantes o disparatados provienen de esa rica y ardiente cuenca petrolera, nunca por debajo de los treinta grados. Aquel lugar era también, hasta hace poco, uno de los principales bastiones de la oposición a Chávez. Tal vez por ambos factores, uno de los pocos empeños del chavismo que no pudieron convertirse en ley fue justamente ese: un proyecto de 2007 para prohibir los nombres raros y limitarlos a una lista de poco más de un centenar. Según esa norma frustrada, si el funcionario del registro, chavista para más señas, consideraba ridículo el nombre elegido, podía obligar a los padres a elegir uno del listado oficial. En un país dado al debate permanente, aquel intento del oficialismo animó durante meses interminables tertulias y artículos periodísticos. El país no hablaba de otra cosa, y todos dudaban del gusto que pudiera tener un registrador para valorar, en Venezuela, un concepto tan relativo como el de ridículo. Ganaron, por esa vez, los partidarios de la libertad de nombre, porque lo que se aprobó posteriormente sí satisfizo a todos: cambiarse el nombre si no te gusta el que te pusieron tus padres es ahora un trámite simple y rápido.

El esplendor perdido

Superman Quintero Velázquez, muy orgulloso de su nombre, también es maracucho. En aquel mes de marzo del año 96 rondaría los 40 años. Pese al nombre, apenas sobrepasaba el metro sesenta. Cuando me lo presentaron, pensé que era un apodo cruel, hasta que, muy orgulloso, me enseñó su cédula de identidad. En lo que sí rivalizaba con el superhéroe de Krypton era en su habilidad para sortear y volar por las atascadas y congestionadas calles de Caracas.

Él era el chófer y la persona de confianza de una importante familia de empresarios canarios que habían llegado al país caribeño en los años 50, y desde la nada, habían creado un imperio empresarial que incluía, entre otras muchas inversiones, participaciones en un banco que unos años después sería intervenido y expropiado por Chávez; una potente industria de productos de automoción y una compañía aérea. La familia había encargado a Superman que se ocupara de los desplazamientos del equipo de televisión del que formaba parte. Así surgió un afecto mutuo que motivaría el reencuentro cada vez que visitaba Venezuela, constatando a través del propio Superman cómo iba creciendo el encono y la polarización entre los que creían que Chávez era lo mejor que les había ocurrido, y los que opinaban que esa fue la peor respuesta posible para salir del agujero en el que había entrado el país.

Superman trabajaba para una familia a la que Venezuela les había dado todo empezando desde abajo. Pero formaban parte de esa casta capitalista, que tanto odia el chavismo, que consiguieron quedarse en lo alto del bienestar cuando la economía se abrió en dos y mandó a cientos de miles de venezolanos al pozo de la miseria y a esos otros cerros que de modo irónico llaman ranchitos.

Hasta aquel viernes negro de 1983, cuando el tipo fijo con el dólar se rompió y el bolívar se hundió, todos los venezolanos creían que podían gastar hasta el infinito. Sentados y felices sobre la mayor reserva petrolera del planeta, el país era conocido como la Venezuela Saudí. Aún hoy sigue siendo el mayor consumidor de whisky del mundo, donde lo más chic no era solo tomar el más excelente y reputado espirituoso escocés: lo exquisito era tomarlo con agua y rocas de hielo escocés, traída en cisternas desde los lagos de ese país del Reino Unido.

Años y años posteriores de recortes y reducción de los servicios públicos, episodios sangrientos como el famoso caracazo de 1989 o el fallido golpe de Estado dado por el propio Chávez en 1992 dejaron a Venezuela dividida en dos mundos: el de los ricos y el de los pobres. En medio, casi nada. La debacle económica e institucional que facilitó la llegada al poder de Chávez en 1998 tenía ribetes relativamente parecidos a los que ahora padecemos los españoles: deuda externa disparada, desmantelamiento de los servicios públicos, restricciones de crédito, caída del consumo, paro desbordado, funcionarios despedidos o con sus pagas reducidas, y en paralelo, acusaciones de fraude y corrupción en las más altas esferas de los partidos políticos y en las instituciones del Estado. La respuesta caribeña a ese cóctel de achaques sociales fue la Revolución bolivariana, que ha podido subsistir gracias al maná petrolero, pero no ha sabido emplearlo para conciliar a su sociedad, ahondando aún más en ese tiempo el enfrentamiento entre las dos Venezuelas que propició su triunfo. Cuando Chávez ganó sus primeras elecciones, el barril de oro negro estaba en 14 dólares. Cuando el cáncer se lo llevó, ese mismo barril costaba 109 dólares.

Un país partido en dos

Los venezolanos han vivido estos últimos 14 años un enfrentamiento constante y permanente entre los seguidores y detractores de una Revolución que fijaba sus metas cada domingo durante el programa televisivo "Aló presidente". Aunque Chávez y los suyos vencerían en 13 de las 14 citas electorales convocadas en este tiempo, la polarización del país no ha hecho más que ir en aumento.

Coincidí nuevamente con Superman en el mes de marzo de 2004, y nunca había visto tan preocupado y agobiado a nuestro pequeño héroe. Por esas fechas, y en esa espiral constante de acción y reacción, la oposición había presentado tres millones de firmas para que, de acuerdo a la Constitución aprobada por el mismo Chávez, pudiese convocarse un referéndum para revocar los poderes del presidente. Pero el chavismo rechazó la veracidad de buena parte de esas firmas, y abrió un proceso de verificación. Fue entonces cuando Superman adquirió notoriedad nacional, pues se convirtió en el ejemplo de quiénes estaban contra Chávez. Mi amigo se defendió en las televisiones diciendo que él no era el Superman que había firmado contra Chávez, que era otro venezolano con el mismo nombre. Estaba muy alterado, pues sabía lo que significaba ser señalado como antichavista.

Chávez ganó el referéndum en agosto de 2005 ampliamente, pero aquel suceso dejó otra sima insalvable y supuso uno de los episodios más negros de la etapa chavista: la lista de los firmantes fue publicada íntegramente en la página web del bolivariano Luis Tascón, y, desde ese momento, se produjo una implacable persecución de todos ellos: miles de personas perdieron sus trabajos como funcionarios o fueron perseguidos en sus negocios con multas y cierres administrativos. Tuvo que ser el propio Chávez el que, posteriormente, ordenara "enterrar definitivamente la lista Tascón", aunque tales listados siguen circulando aún.

Superman no perdió su empleo, pero sufrió amenazas y sintió miedo. Aún así, es de los que espera que algún día su país vuelva a los días gloriosos. Y, a pesar de todo, quiere seguir llamándose Superman. Nunca ha pensado aprovechar el privilegio chavista de poder cambiar de nombre. Orgulloso de su cédula de identidad, es de los que prefiere que sea su país el que cambie e inicie el camino de la reconciliación.