Hasta hace poco, Xi Jinping era conocido por su mujer. Esa cantante de folclore -y también miembro de las Fuerzas Armadas- que iluminaba con su belleza y su poderío las galas de la Navidad china retransmitidas por la televisión nacional. Cuando Xi comenzó su ascenso a la cúspide -que coronó el jueves al ser oficialmente nombrado presidente de China-, ella, Peng Liyuan, dejó los escenarios que le transportaban a la pequeña pantalla.

Hasta ahora. Y no porque la famosa soprano haya vuelto a esas galas de televisión que marcan la época navideña, sino por la estrategia que ha adoptado su marido desde que fue nombrado secretario general del Partido Comunista el pasado noviembre. Xi, a diferencia de sus antecesores, ha optado por darle notoriedad a la que es, desde el miércoles, la primera dama de China. Y ese detalle, para algunos analistas, ya descubre parte de la estrategia del hombre que ha tomado las riendas de la segunda potencia mundial desde ahora y para los próximos diez años.

"Él ha tenido roce con el exterior y sabe que las primeras damas tienen un rol muy importante en los gobiernos modernos. Raisa Gobarchov, Michelle Obama? El rol que va a dar a la esposa es ya un signo de apertura", afirma Francisco Nieto, director de la Red Global para la Gobernanza del Futuro de la Universidad de Georgetown.

La apertura política es lo que se espera de Xi Jinping, quien, de momento, ha roto alguno de los tabúes más antiguos del régimen, como abrir las puertas de su casa. Lo hizo en diciembre, cuando la prensa oficial publicó una serie de fotografías del presidente junto a su hija -quien ahora estudia en Harvard bajo un seudónimo, según la prensa estadounidense-, su padre -al que empujaba en una silla de ruedas- o su famosa mujer.

Nadar, leer, el fútbol o ver películas de Hollywood es, no obstante, lo único que se conoce de la personalidad del líder, uno de los llamados príncipes chinos (hijos de altos dirigentes comunistas) y que hasta ahora ha mantenido el indispensable perfil bajo para alcanzar el trono que, desde ayer, ocupa.

Xi, de 59 años e ingeniero químico de formación, empezó su carrera en el campo. Es adonde le llevó con tan solo 15 años la caída desgracia de su padre, Xi Zhongxun, uno de los fundadores del Partido Comunista, quien acabó en prisión durante el periodo de la Revolución Cultural acusado de deslealtad a Mao.

Por entonces, el hoy presidente de China fue, como tantos otros, obligado a "aprender de las masas" en el atrasado mundo rural chino en el norte del país. Sobrevivió como pudo, "siendo más rojo que nadie" -como él mismo confirmó, según diversos cables de Wikileaks- y pasando todo tipo de penalidades.

Esa etapa rural es la que despierta simpatías entre una población que sabe poco -o nada- de quien hoy ya ha comenzado a dirigir el destino de sus vidas y que fue rechazado hasta en nueve ocasiones para entrar en el Partido Comunista al que finalmente accedió en 1974 y del que hoy es el máximo líder.

"El presidente empezó su carrera en el campo y, poco a poco, ha conseguido ser el líder de China. Es un modelo para todos los trabajadores de las zonas rurales del país", comentaba el día del nombramiento de Xi un ciudadano de la provincia costera de Shandong, Yinxhiqiang, en el servicio de Weibo -el Twitter chino-.

Enigmático, de talante "relajado" como él mismo se describió en su primera intervención como líder del Partido el pasado noviembre en una rueda de prensa sin preguntas, Xi fue ascendiendo a medida que se ocupaba de funciones de mayor relevancia en la costa este del país, la más desarrollada. Incluida la ciudad de Shanghái, centro financiero de China, de la que se encargó desde 2007 después de que el secretario del partido de la segunda urbe del país fuera cesado por corrupción.

Además de los puestos en los que destacó por su eficacia, algo marcó su carácter en los años 80. Xi, en un viaje oficial, tuvo la oportunidad de visitar Iowa, en EE UU, con el propósito de conocer el mundo rural estadounidense. Ese sería el preludio de los múltiples destinos que visitaría años después, tras ser nombrado en 2008 vicepresidente de China, cargo con el que volvió, de nuevo, a esta misma zona de EE UU.

"Todos esos viajes indican que Xi, de los políticos que han llevado China en tiempos modernos, es de los que tienen la visión más sofisticada de la dinámica de cómo funciona el mundo", destaca el experto en relaciones internacionales Evan Ellis, profesor del Centro de Estudios Hemisférica de Defensa en Washington D.C.

Con esa visión sofisticada o no, lo cierto es que Xi pertenece a una nueva casta de líderes, la llamada Quinta generación, que han tenido un gran contacto con el exterior, que toma las riendas de un país consolidado como segunda potencia mundial y que no está condicionada -a diferencia de sus antecesores- por la Guerra Fría o la Revolución Cultural.

Aunque sí por los retos a los que se enfrenta el gigante asiático, con un sistema económico agotado que necesita del consumo interno, y una población de 1.350 millones de habitantes que exige mejor calidad de vida, que se erradiquen las desigualdades y se acabe con la corrupción rampante.

En su primera intervención como líder del partido en noviembre, Xi dejó claro que sabía lo que le venía encima. "Lucharemos para hacer realidad el deseo de la gente de una vida mejor", prometió el líder, quien marcó la diferencia al expresarse de manera fluida y buscando la mirada de un público formado por periodistas extranjeros y locales, en comparación con su hierático predecesor Hu Jintao.

Y aprovechó, además, para lanzar un guiño, echando mano de su cultura cinematográfica estadounidense, al hablar del "sueño chino", de su deseo de alcanzar una China acomodada y fuerte. El tiempo dirá si en el sueño de Xi, quien una vez calificó la Revolución Cultural como una "ilusión" y que es conocido por haber sabido bandear todas las facciones del partido con destreza, también hay hueco para el cambio político.