El viernes por la tarde, minutos antes de arrancar el Sabbat, el sonido de las alarmas antiaéreas en Jerusalén rompía la supuesta tranquilidad que allí reinaba desde la Guerra del Golfo. Ajenos por completo al conflicto de Gaza, los israelíes del sur reprochaban a los habitantes de la Ciudad Santa y de Tel-Aviv vivir en una "burbuja" que, ahora sí, les acaba de estallar delante de sus narices recordándoles que también son vulnerables. Los "locales" (como ellos mismos se denominan) confundieron en un primer momento las sirenas con el anuncio del inicio de Sabbat; ahora Hamás les devuelve a la realidad que vive el estado de Israel.

"El ejército solo ataca objetivos específicos, el problema es que Hamas va a por la población civil", sostiene una judía voluntaria en una asociación pro derechos humanos y originaria de Tel-Aviv, donde ayer se repetían las manifestaciones exigiendo una intervención militar en Gaza. "Nuestros vecinos del Sur no van a trabajar y sus niños hace semanas que no acuden al colegio por precaución", destaca otra estudiante israelí que, como la mayoría de la población, ni se plantea que en Gaza la situación es mucho más dramática, con niños que no pueden ir a la escuela hace meses porque fue bombardeada.

Ante el temor a ser atacados, y a pesar de que ellos mismos se tranquilizan con las estadísticas que demuestran que mueren más israelíes por accidentes de tráfico que por bombardeos, los habitantes de Jerusalén y Tel-Aviv procuran mantener sus rutinas aún con el miedo en el cuerpo. "Lo mejor que podemos hacer es continuar viviendo como hasta hace una semana, el ejército no nos ha dado instrucciones específicas y los árabes nunca querrían atacar esta ciudad donde ellos también viven", explican los propietarios del hostal Abraham en Jerusalén que, como en el resto de los establecimientos, ha dado instrucciones a sus huéspedes sobre qué hacer en caso de oír las sirenas y ha suspendido todos los tours por Cisjordania. "Tenemos un minuto y medio para ir al refugio, nuestros compatriotas pegados a Gaza solo 15 segundos", repiten los jerosolimitanos judíos. En Israel todas las casas construidas en los últimos 30 años disponen de búnkeres (generalmente se habilita como tal un dormitorio o el baño). "Cuando era pequeña pasábamos hasta 4 horas en el lavabo, ya sé lo que es esto", relata una vecina del barrio de Nachaolat, en la parte Este de Jerusalén.

Mientras los judíos escuchaban atónitos las sirenas antiaéreas en la parte este de Jerusalén, los musulmanes, en la oeste, celebraban con disparos al aire el lanzamiento del misil y se pegaban a las cadenas de noticias árabes. "Esta vez la realidad es diferente a la de 2008, Hamás lleva años preparando la ofensiva y cuenta con el apoyo de otros países limítrofes. Los muertos van a ser de ambos bandos, no habrá tumbas para tantos soldados israelíes", advierten palestinos de Cisjordania. "Gran parte de la población desea emplear la fuerza, ya que Israel ha conseguido todo siempre de esta manera. El conflicto palestino es político, no tiene nada que ver con religión, nosotros respetamos el judaísmo y el cristianismo porque somos parte de la misma rama", razona un arquitecto de Hebrón que además organiza tours para enseñar a los turistas las zonas ocupadas por colonos en pleno centro de la ciudad vieja. La nueva realidad política en Oriente Medio infunde fuerzas entre la población palestina, que considera que su momento ha llegado pese a que la balanza de víctimas mortales cae aplastantemente de su lado.