En Kabul apenas hay cuatro horas de electricidad al día pero desde allí los atentados suicidas, y los secuestros se perciben con total nitidez. A pesar del ruido de la violencia y de las precarias condiciones de vida la española Mónica Bernabé vive y trabaja en la capital afgana. Esta joven, que preside la Asociación por los Derechos Humanos en Afganistán, llegó al país por primera vez en el año 2000 cuando los talibanes aún estaban en el poder.

Algo ha cambiado desde entonces, no le cabe duda, pero aún persiste el riesgo de volver al pasado. El último atentado suicida contra las tropas españolas es sólo el eco que llega a Occidente de una rutina en la que ya se ha instalado la violencia.

"Afganistán es un país muy peligroso, donde nunca sabes lo que va a pasar. Los atentados suicidas están a la orden del día, así como el secuestro de extranjeros y los ataques contra la población civil. Lo que pasa es que en España no nos enteramos porque desde hace meses no habían resultado afectados ciudadanos españoles", explica Mónica.

Para ella, curtida ya en la vorágine del conflicto bélico que la rodea, un atentado como el ocurrido el pasado domingo en Shindand era "previsible".

"Shindand siempre ha sido un distrito muy peligroso y aún más desde que en agosto pasado las tropas estadounidenses bombardearon la zona y provocaron la muerte de más de noventa civiles, confirmados por la ONU", explica. "Con este precedente, es lógico que las tropas internacionales allí no sean bienvenidas", añade.

El trabajo de las fuerzas de coalición desplegadas en Afganistán no es todo lo efectivo que debería. "Podría hacerse mucho mejor", opina. "Inicialmente eran muy bienvenidos, pero ahora se les recrimina que hacen poco, pues la seguridad en la provincia de Badghis, la zona que está bajo su responsabilidad, se ha degradado considerablemente en el último año", argumenta.

En todo caso, Mónica cree que retirar las tropas ahora "sería una locura".