Probablemente ninguna otra capital del mundo tiene un aeropuerto al que se pueda llegar andando o en bicicleta desde el centro. Una comodidad a la que Berlín no debe renunciar, para algunos, una atrocidad para el medio ambiente de su casco urbano, para sus detractores.

"Salvemos Tempelhof. Todo el poder al voto del pueblo", proclaman en pancartas y octavillas los defensores del aeropuerto. "Basta de gastar en un aeropuerto para ricos", apuntan sus detractores, que pretenden que se ejecute la orden de cierre en octubre de este año.

Que los vecinos defiendan un contaminante aeropuerto junto al balcón de su casa no es lo más corriente. Pero en Tempelhof confluyen características atípicas que hacen de él un caso único.

Abierto en 1923, Tempelhof es una "peculiaridad" vinculada a la historia de Berlín. En el nazismo fue el aeródromo central, luego se utilizó como destino del puente aéreo que salvó al sector occidental del hambre. En la década de 1960 vio pasear por sus pistas el "glamour" de Marlene Dietrich, Billy Wilder o Marilyn Monroe.

Con la inauguración del aeropuerto internacional del sector occidental, en Tegel, empezó su agonía y actualmente apenas se utiliza más que para algunos vuelos nacionales o privados. La entrada en funcionamiento del gran aeropuerto de Schönefeld en 2013 echa por tierra cualquier perspectiva de relanzamiento.

Pero para la memoria colectiva, sigue vinculado a la mayor operación humanitaria aérea de la historia, el puente que funcionó del 26 de junio de 1948 al 12 de mayo de 1949. Los aviones aliados transportaron a la ciudad partida dos millones de toneladas de alimentos, carbón y medicinas, en un total de 200.000 vuelos.

Los aviones se ganaron el apodo de "Rosinenbomber" -"Los bombardeos de las pasas secas", por las golosinas que los pilotos tiraban desde el aire, y las imágenes de niños berlineses esperándoles con los brazos abiertos se convirtieron en legendarias.

La proximidad del 60 aniversario de ese puente aéreo ha acentuado el sentimentalismo de la consulta y la propia canciller Angela Merkel llamó a votar a favor de la salvación del aeropuerto.

Dieter Meckel, uno de esos "niños de entonces", hoy guía para las rondas turísticas por el viejo aeropuerto, tiene una opinión clara: "Que sigan volando de aquí o no aviones da igual. Fundamental es que se cuide y mantenga este patrimonio como Dios manda".

Tempelhof se cae a pedazos pese a ser patrimonio arquitectónico de la ciudad, ya que las autoridades dejaron de invertir en su conservación para acelerar así el cierre, afirma.

Meckel no es un guía al uso, sino que más bien descuida algo este oficio para acalorarse en la polémica del "cierre sí, cierre no" y acabar confesando que no puede mostrar la terraza desde la que se ven las 282 hectáreas de pistas y hangares porque olvidó las llaves.

"Un aeropuerto no tiene nada que hacer en el casco urbano de una ciudad", dice Irma Franke-Dressler, líder de los Verdes berlineses, sustentada por Rüdiger Scholz, del Partido Socialdemócrata (SPD).

"Mantener Tempelhof con un tráfico diario de 14 aviones implica pérdidas de 70 millones de euros anuales. Y devolverlo a una actividad de despegues a intervalos de un cuarto de hora es algo que ningún berlinés puede desear en su casco urbano", apunta Scholz.

A sus argumentos se oponen los de la coalición por su mantenimiento, que agrupa a organizaciones cívicas, compañías que operan ahí y también la Unión Cristianodemócrata (CDU) de Merkel.

Tras la apuesta de la CDU se esconde su batalla contra el alcalde, el socialdemócrata Klaus Wowereit, político generalmente astuto que esta vez se pilló los dedos al advertir de que la consulta no es vinculante y que se mantendrá el calendario del cierre.

Lejos de desanimar a los defensores de Tempelhof, tal declaración se tomó como muestra de arrogancia inaceptable. De los argumentos románticos se pasó a la defensa de las esencias democráticas.

El propio SPD está dividido y, según Scholz, caso de que el sí al mantenimiento logre los 611.000 votos necesarios -de 2,6 millones de ciudadanos con derecho de sufragio- su grupo parlamentario decidirá cómo actuar.

El ciudadano neutral tiene serias dudas acerca de los argumentos de unos y otros. SPD, Verdes y la Izquierda dicen tener muchas y creativas ideas acerca de en qué se emplearán todas esas hectáreas y el imponente edificio. Pero no hay un concepto claro, de la misma manera que sus defensores divagan acerca de cómo hacerlo rentable.