"Ahora mismo, ésta es para mí la única forma de desplazarme", dice Rezek, quien cada día pedalea cuatro kilómetros para llegar a su empresa que además está en números rojos, casi lo normal en la zona.

Como toda Gaza, este palestino de 23 años se ha tenido que adaptar a regañadientes a la dura realidad de la escasez de combustible desde que el Ejecutivo israelí aprobase en octubre reducir parcialmente su flujo de fuel y electricidad tras declarar a la franja "territorio enemigo".

Israel cerró aún más el grifo el pasado día 9, a raíz del asesinato por milicianos palestinos de dos operarios en el paso de Nahal Oz, la vía de entrada del combustible israelí a Gaza.

Ayer, tras las advertencias de que la única central eléctrica de Gaza dejaría de operar por falta de combustible y se repetirían las imágenes oscuras que dieron la vuelta al mundo en enero, Israel aprobó el envío de un millón de litros de combustible que permitirán a la planta funcionar al menos tres días.

Pero una cosa es el combustible para evitar una crisis humanitaria y otra la gasolina, pues, como advirtió el pasado enero el primer ministro israelí, Ehud Olmert: "En lo que a mí respecta, todos los residentes de Gaza pueden ir a pie".

De momento, el 90 por ciento de los vehículos permanece aparcado a la espera de días mejores, mientras que las universidades de la ciudad de Gaza han cerrado sus puertas por las serias dificultades de profesores y alumnos para llegar a clase.

La falta de fuel ha dejado incluso numerosas ambulancias en el garaje y paralizado la vida en la urbe, donde reside la mitad de la población.

Tan sólo se ve por las calles a un puñado de viandantes y a los afortunados taxis cuyo conductor ha logrado un poco de gasolina en el mercado negro, por supuesto, a precios elevadísimos.

"Estos días me recuerdan a la primera Intifada, cuando Israel solía imponer toques de queda", rememora el camarero Abu Hasan Jael antes de añadir con sorna: "Pero entonces los toques de queda eran por unas pocas horas... \u00A1Éste es infinito!".

En este contexto no resulta extraño que las bicicletas se hayan convertido en un negocio boyante, según los comerciantes.

"La crisis del fuel ha tenido gran influencia en que cada vez más gente pedalee", manifiesta Mohamed al Susi, propietario de un comercio de bicicletas que figura entre las tiendas más antiguas de Gaza.

Al Susi ve dos frenos a esta nueva moda: el embargo le dificulta obtener bicicletas nuevas y no todo el mundo tiene dinero para comprarlas en un territorio donde el 80 por ciento del millón y medio de habitantes depende de la ayuda humanitaria.