La ministra de Sanidad nos ha ofrecido varias informaciones muy valiosas para que podamos formarnos un criterio realista de la situación. He aquí dos de ellas, de plena actualidad. La primera es ésta: España fue, en 2004, el país del mundo (no me he equivocado: del mundo mundial) con mayor esperanza de vida. La segunda se publicó ayer en ABC: el coste sanitario de seis enfermedades asociadas al tabaquismo supone 3.900 millones de euros anuales.

Veamos: respecto a la longevidad media de los españoles, resulta que España es hoy el segundo país más fumador de la Unión Europea, sólo superada por Grecia. Como estos dos datos inclinan a pensar que el Gobierno miente bellacamente cuando nos pretende aterrorizar con su truculenta propaganda contra el tabaco, las autoridades salen del paso como pueden apelando a la dieta mediterránea, al clima, a la siesta. Bien; con estas explicaciones ya es posible conciliar los dos datos, el de la España fumadora y el de nuestra magnífica longevidad; sólo que la conclusión lógica ya no es, no debería ser al menos, perseguir al fumador. ¿Por qué?

Ahí viene a cuento el segundo dato: se trata de ahorrar al contribuyente un gasto sanitario de 3.900 millones de euros, equivalente a poco menos de 650 mil millones de pesetas. Pues bien, según datos oficiales, los ingresos del Tesoro Público por el impuesto especial sobre el tabaco ascienden a algo más de 6.600 millones de euros, o algo más de un billón cien mil millones de pesetas. Casi el doble. De lo que se deduce que los fumadores no sólo se pagan las atenciones sanitarias derivadas de su hábito de fumar, sino que contribuyen con otro tanto a las atenciones de los no fumadores.

Gracias, ministra. Ahora ya fumo más tranquilo.