Manuel Méndez / O SALNÉS / VIGO

Vistos de cerca, los agentes de la Guardia Civil de Tráfico no se parecen en nada a esa especie de demonio persecutor vestido de verde que parecen ver en la carretera muchos de los que se topan con sus controles. Pasar una noche con ellos, observando sus movimientos, escuchando sus explicaciones y entendiendo sus preocupaciones, puede servir para llegar a la conclusión de que estos agentes son como ángeles de la guarda cuya presencia en las carreteras gallegas está plenamente justificada. Su lucha contra la con-ducción bajo los efectos del alcohol parece dar resultados satisfactorios, pues cada vez son menos los positivos detectados, es decir, son más los conductores que no ingieren ni gota de alcohol si tienen que conducir. ¿Será miedo a la sanción o será concienciación? Esa es la duda que asalta incluso a los propios agentes. La respuesta es clara: con la presión para lograr la utilización del cinturón de seguridad pasó lo mismo, y ahora casi nadie viaja sin él.

El hecho de que cada vez sean más las mujeres al volante y los hombres que viajan como copilotos, la innegable evidencia de que el trabajo realizado por estos agentes es muy desagradable en algunos momentos, pues hay gente ebria que no atiende a razones, y la constatación de que no es sencillo aguantar ocho horas a la intemperie, a cero grados, son otras conclusiones que pueden extraerse de una madrugada de servicio como la de ayer.

Eran cerca de las once de la noche del sábado cuando un equipo de la Guardia Civil de Tráfico se dirigía a Castrelo, en Cambados, para realizar un control de alcoholemia. Diferentes patrullas habían partido al mismo tiempo desde la Jefatura Provincial, en Pontevedra. "En las noches de control hay que aguantar un montón porque hay gente que se altera demasiado y hace que una simple infracción administrativa por alcoholemia desencadene una denuncia judicial". Esto que decía uno de los agentes era el presagio de lo que ocurriría horas después.

Al mismo tiempo otros equipos de dirigían a lugares como Porriño, Vilaboa o Lalín, también para establecer dispositivos de control de alcoholemia. Por radio llegaban noticias de una patrulla que regresaba a la base. Terminaba su turno a las diez de la noche, pero acumulaba ya más de una hora "extra" porque tuvo que atender un accidente. "No tenemos horarios", decían los agentes. En la gasolinera de Poio uno de los coches que viajaban a a Castrelo patrullando la carretera por Sanxenxo recogía de otra unidad un etilómetro de precisión. La primera prueba, cuando el piloto sopla sin bajarse del coche, sirve de orientación, pero carece de la validez judicial o administrativa que dan los aparatos de alta precisión, a lo que se acude en caso de un primer positivo y que expiden un ticket como si de la caja registradora de un supermercado se tratara.

"Desde que se intensificó la presión hemos apreciado un descenso de positivos... ahora hacemos controles cualquier día y a cualquier hora, no sólo los fines de semana". El mismo agente que así se pronuncia sentencia: "El fallo está en la base, es decir, en la educación que se da en los colegios y familias; está muriendo muchísima gente joven". Pero no sólo la educación puede ayudar. También el carné por puntos. "Está por ver cómo funcionará, pero en Francia y Bélgica los accidentes bajaron en un 30% desde que se instauró esta medida".

Entre comentarios sobre la virulencia de algunos accidentes y el morbo de los ciudadanos que no dudan en acercarse al máximo para ver de cerca a los muertos, los motoristas, que para la ocasión van en coche, llegaban a Cambados. "Dicen que nosotros somos los malos, pero realmente sólo escribimos: los malos son los infractores, y los que con su actitud amenazan a los demás ciudadanos", explicaba un agente al tiempo que colocaba los iconos de señalización. Pasaban diez minutos de medianoche y una docena de guardias paraban a los primeros vehículos. Uno de los conductores venía de cenar. Había bebido cuatro copas de vino y un café solo, "con gotas de caña". Tras soplar marcó 0,09. No había problema alguno. El máximo permitido son 0,25 miligramos de alcohol en aire espirado. "Depende mucho de la constitución de cada persona y de otros factores... hay casos de conductores que con 1,10 están como rosas, aunque tendrían que estar gateando, y otros que con 0,30 están ya como una papa".

La circulación es intensa, sobre todo en sentido O Grove-Cambados. "O Salnés es una zona especialmente conflictiva para las alcoholemias, sobre todo porque hay muchos desplazamientos cortos de vehículos entre unas poblaciones y otras", explican los guardias.

A partir de ahí, y durante un par de horas, se viven variopintas situaciones. Tres chicas se ríen porque saben que pasarán sin problema el control e incluso bromean con los agentes; un padre que lleva a su hija a la "movida" de Cambados no es capaz de soplar y pierde intentándolo alrededor de media hora, lo cual lleva a su hija a abandonarlo a su suerte y marcharse a Cambados en otro coche que pasaba por allí. Algún conductor se pone tan nervioso cuando le dan el alto que confunde freno y acelerador, por lo que casi atropella a los agentes, a otros se les cala el coche y algunos se pasan de frenada. El goteo de vehículos es incesante.

Un vecino de Ribeira protagoniza la nota más dramática. Paró su coche 500 metros antes del control y se pasó al asiento del copiloto, dejando el volante a su novia, de Vilagarcía. Él marcó 0,34 y ella, alrededor de 0,50. Lo peor fue la escena. Él increpó con dureza a los agentes, los insultó e incluso amenazó, pero ellos aguantaron estoicamente y aplicaron la técnica del "poli bueno, poli malo". La novia de ese conductor escenificó un momento de pánico y nerviosismo y acabó desmayándose en la acera. Eso irritó más al novio y la situación se complicó. Al final la chica fue trasladada en ambulancia a un centro médico del que regresó veinte minutos después, en taxi. Su novio acabó pidiendo perdón y reconociendo que se había irritado en exceso. Al final los dos se fueron en taxi. Tuvieron que dejar su coche inmovilizado allí, en Castrelo. Además de la multa por conducir bajo los efectos del alcohol, ahora se enfrentan a las diligencias por una falta contra el orden público.

"Estas cosas son las que te amargan la noche... para nosotros lo ideal sería que no se vivieran estos tristes episodios; ojalá la gente se conciencie plenamente y cada vez sean menos estos incidentes", argumentaba otro de los guardias civiles.

Un conductor novato rondó los 0,25 miligramos, cuando el máximo para ellos es de 0,15. Había salido a buscar a su novia y se bebió una cerveza, justo antes del control. Eso disparó el etilómetro. Tuvo que esperar para hacer una segunda prueba. Estaba claro que el nivel de alcohol le bajaría y podría seguir conduciendo, "pero el susto no se lo quita nadie y quizás aprenda una buena lección con esta experiencia", declaraba esperanzado el agente que le hizo la prueba. El joven conductor temblaba visiblemente, y no por el intenso frío, sino por el miedo que tenía a una sanción. Había quitado el carné en mayo de 2005.

A eso de la una de la madrugada un conductor hace un giro brusco y abandona la carretera para saltarse el control apenas diez metros antes. El novato se va, aún con el susto en el cuerpo.

Eran las 2,10 horas del domingo cuando se levanta el "campamento". De allí a la Nacional-550, entre Pontevedra y Vigo. Otros compañeros circulaban por Cangas y O Morrazo. En aquel momento había cuatro equipos operativos en toda la provincia, cada uno con dos o tres puntos de control a lo largo de la madrugada.

A las tres y media llegaban por radio noticias sobre un fallecido en Ponteareas, y acto seguido se hablaba de un accidente en A Ramallosa con saldo de una persona quemada y muerta.

El nuevo control estaba en Figueirido. Un conductor de unos 50 años dio una tasa de 0,52. Pero en el coche llevaba el recibo de cuarenta multas. Ya le habían retirado el carné en el 94 y aún tenía "una alcoholemia anterior pendiente". Por si esto fuera poco, las cuatro ruedas de su coche estaban tan lisas "como papel de fumar". Ni que decir tiene que se pasó allí un par de horas y tuvo que hacer frente a una dura sanción. Los agentes también pararon al conductor de la cabina de un camión, cuyo tacógrafo no estaba homologado y no marcaba distancias ni velocidad. Además tenía la inspección técnica sin pasar desde agosto de 2005 por "un defecto grave".

Con la temperatura en cero grados y una sensación térmica de al menos cinco grados negativos -la presencia de un pequeño regato incluso dificultaba la respiración y congelaba cada parte del cuerpo-, los agentes siguieron realizando su trabajo, pero también advirtiendo y aconsejando a los conductores, haciéndoles saber que lo que se hace en estos controles "es por su bien".

Amanecía cuando los agentes regresaban a su base y otros les daban el relevo. "La carretera no queda sin vigilancia en ningún momento". Y así pasó otra noche de control. El saldo: medio millar de pruebas realizadas a otros tantos conductores y apenas media docena de positivos. "Ojalá la cifra siga bajando", terminaban estos ángeles de la carretera que quizás habría que ver más como una ayuda y no como una amenaza para el bolsillo.