Dicen las encuestas del Estado que la primera preocupación de los españoles es la carencia de trabajo y -en menor medida- la inmigración y el terrorismo. Atento a esas inquietudes de la población, el Gobierno no para de ocuparse de problemas tales que la reforma de los estatutos de autonomía, la legalización de los matrimonios homosexuales o la promulgación de leyes contra el tabaco. Cada loco con su tema.

Bien pudiera ocurrir, desde luego, que los ciudadanos del común no estén a la altura intelectual del Gobierno, en cuyo caso no quedaría otro remedio que destituir al pueblo. Infelizmente, las reglas del juego democrático sugieren que son más bien los votantes quienes deciden el régimen que prefieren, y no a la inversa.

A riesgo de incluir en demagogia, uno se inclina a pensar que la razón está en este caso de la parte de los ciudadanos. Cuando menos, en la mayoritaria preocupación que confiesan sufrir por el paro.

Realmente, ni siquiera son necesarias encuestas como las que el Gobierno encarga cada pocos meses al Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) para constatar que el desempleo es la principal inquietud de los vecinos de esta Península. Cada cual se preocupa por aquello de lo que carece, y si de algo andamos faltos por aquí -salvo, tal vez, los políticos- es de un trabajo estable y razonablemente pagado.

Pero no es eso, curiosamente, lo que dicen las estadísticas. Bien al contrario, los datos de la última Encuesta de Población Activa difundida ayer establecen que el paro bajó en la cuantiosa cifra de 18.000 nuevos trabajadores durante el pasado año en Galicia. Quiere ello decir que incluso en este envejecido reino que vive la difícil transición de una economía agraria a otra industrial y de servicios, el porcentaje de desempleo se ha situado ya por debajo del 10 por ciento de la población activa. Una cifra histórica, sin duda.

Dado que los gallegos -y los españoles en general- siguen citando el paro como el problema que más les acucia, no queda sino recurrir a aquella famosa pregunta de Groucho Marx: "¿A quién va a creer usted, a lo que ven sus ojos o a lo que yo le digo?"

Ni una cosa, ni la otra. Quizá la fácil explicación resida en que incluso los números tienen su letra pequeña adjunta. Lo que no dicen las cifras de la halagüeña estadística antes mentada es que la mayoría de los nuevos empleos -por no decir casi todos- corresponden a contratos con fecha de caducidad a pocos meses vista.

Contratos que, como cualquiera puede comprobar con sus propios ojos, no guardan la menor proporción entre las exiguas retribuciones y los desproporcionados requerimientos de calificación profesional y disponibilidad horaria que el empleador exige a cambio a sus trabajadores. Son cosas que ocurren cuando el puesto de trabajo se ofrece como un favor y no como consecuencia de la mera aplicación de la ley de la oferta y la demanda.

Sostienen los empresarios y no pocos economistas que esta "flexibilización" laboral con la que se les dobla el espinazo a los currantes es el necesario precio a pagar para que Galicia siga siendo competitiva en un mercado sin fronteras como el actual. Lo ha dejado claro el máximo dirigente de la patronal galaica al afirmar -con razón o sin ella- que siempre será mejor un trabajo inestable y mal pagado que la falta de trabajo.

Descarnada y directa, esa opinión es tan discutible como cualquier otra. Lo que ya resulta más difícil de comprender es que el paro sólo sea el motivo número uno de preocupación para los ciudadanos a los que somete a encuesta el Centro de Investigaciones Sociológicas. Tal vez los encuestados debieran responder que lo que realmente les importa son los estatutos de autonomía y los estragos que el tabaco causa en la salud. A lo mejor, y aunque sólo fuese por llevarles la contraria, el Gobierno se ocuparía de buscarles un empleo decente.

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