De modo que, confirmando de lleno no sólo que los prodigios son posibles -y que a veces ocurren a pares- sino que hay épocas especialmente propicias para que ocurran -en política, por ejemplo, cuando tocan a vísperas electorales- el señor presidente de la Xunta anunció dos especialmente llamativos : uno, la aplicación de un plan de saneamiento para la ría de Vigo y, otro, la construcción de la depuradora que lo hará posible y que dará servicio, en principio, a la mayor área metropolitana de Galicia, que es la que orilla esas aguas. Aleluya.

Es cierto que calificar de prodigios lo que en términos administrativos sólo son proyectos puede sonar a ironía e incluso a sarcasmo, pero aún así se mantiene la definición porque ambos aparecen justo cuando apenas falta un trimestre para las elecciones municipales, y los temores del PSOE sobre sus resultados en la ciudad más poblada de Galicia aumentan cada día. Eso, que puede ser una casualidad. no lo parece tanto si se considera que hace más de un año se advirtió de que la UE sancionaría con dureza la contaminación de aquella ría, pero nadie movió ficha. Hasta hoy.

(Algunos observadores, de natural desconfiados, apuntan que la lista de sucesos extraordinarios no se agota con estos dos, y aventuran que muy pronto se dará a conocer otro prodigio: la decisión del Gobierno del señor Pérez Touriño de descongelar el PXOM vigués para que no deteriore aún más la imagen de la Xunta y del PSOE. Que va casi en caída libre -a pesar de los intentos propagandísticos- porque la evidencia es difícil de ocultar, y ésta demuestra que la paralización del Plan es sectaria -y quizá interesada- y que la gente lo tiene muy claro. Y lo condena).

Cuanto queda dicho, y algunas otras cosas más que podrían añadirse, no hace sino confirmar el cinismo de las fuerzas políticas a la hora de actuar y cuánto hay de cierto en que se mueven generalmente en función de sus intereses y no de los generales: muchos le llaman a eso electoralismo y lo denuncian en la contienda diaria, sólo que como argumento de ida y vuelta. Que así contribuyan al descrédito global del oficio no parece importarles demasiado o, si les importa, mucho menos que otros riesgos potenciales, sobre todo el de perder las elecciones. Punto.

Queda dicho que esa actitud es común a la clase política y se ejercita en función del puesto que se ocupa con relación al poder. Quien está en él, sea del color que sea, considera legítimo divulgar lo que estima como un éxito de su gestión y quienes se oponen denuncian eso como una burda maniobra, pagada con abundantes fondos públicos, para camuflar los fracasos. Y si alguien quisiera preparar una tesis doctoral sobre esto del oportunismo electoral -tarea, por cierto, que sería muy útil- tendría una auténtica multitud de ejemplos de los que echar mano para ilustrarla.

Ahora sólo queda comprobar si se da también otra evidencia: que del dicho al hecho hay un trecho muy largo. Tanto que, a veces, enlaza unas legislaturas con otras sin que sorprenda ya a casi nadie.

¿Eh?