Conozco a Juan Manuel Martínez Morala desde los tiempos en que Felipe González era un prometedor abogado laboralista sevillano, que se hacía llamar "Isidoro" en clave política relativamente clandestina, porque el régimen franquista ya toleraba sus actividades con vistas a una transición política que se presumía inminente. El general aún no había muerto, yo era un joven periodista que trabajaba en "Voluntad", un periódico que pertenecía a la cadena del Movimiento, y Morala era un todavía más joven obrero del naval que militaba en el sindicalismo prohibido de aquella época. Manteníamos contacto habitual porque yo recibía información (que se publicaba) de todo el espectro de la izquierda asturiana, lo que provocó que el director de "El Comercio", Francisco Carantoña, me preguntase una vez si yo pertenecía al Partido Comunista, o a otra organización subversiva, ya que no se explicaba que alguien recién llegado a la ciudad supiera tantas cosas. Yo le contesté -al modo de Juan de Mairena- que lo único de lo que se me podía acusar era de salir a la calle y preguntar a la gente en vez de esperar sentado en la redacción a que llegasen las notas oficiales. Entonces sucedió que hubo una huelga sin salida en el astillero en que trabajaba Morala, y un cura conocido mío, hombre muy inteligente, tuvo la brillante idea de transformar aquello en un pleito sonado. A tal efecto, nos pusimos en contacto con Juan Luis Rodríguez Vigil (luego presidente del Principado) y este sugirió que Felipe González se hiciera cargo del mismo. Juan Luis y yo lo llamamos a casa de Mitterrand, donde estaba reunido y aceptó de inmediato. Después se negoció con el PCE y con otras fuerzas de la izquierda difusa y dispersa. Vinieron ilustres abogados, entre ellos Cristina Almeida; Rato, Cabrera Bazán, Herrero Meredith, y hasta Antonio Massip, que luego fue alcalde de Oviedo. Resultó un éxito y se ganó el pleito de las subcontratas contra lo que Ciriaco de Vicente llamaba "pistolerismo laboral". Luego, vino la transición y cada mochuelo se acomodó en el olivo que más le convenía. Morala siguió en el sindicalismo de base y fue expulsado de Comisiones Obreras, a raíz de lo cual fundó, junto con Luis Redondo, un comunista histórico, la llamada Corriente Sindical de Izquierdas (CSI) en la que todavía milita. Pasó por momentos difíciles, y en uno de ellos Vicente Rodríguez Areces ("Tini"), actual Presidente del Principado, organizó la rifa de una moto para ayudarlo. La CSI que yo conocí tenía su sede en un viejo edificio de la zona portuaria gijonesa, en el que había varias pensiones modestas. Entre ellas una que llevaba el sugerente nombre de La Posada de Morgan. Se subía hasta allí por una vetusta escalera que crujía a cada paso y la actividad era incesante, porque los problemas de la clase obrera son innumerables y los que estaban para defenderlos eran cuatro gatos. Cuento todo esto para que lo lea el juez que condenó a Morala a tres años de cárcel, tras una denuncia del Ayuntamiento de Gijón (gobernado por el PSOE e IU), en la que se le acusaba de haber destrozado una cámara de vigilancia de trafico (o de lo que sea) frente a un astillero que es objeto de reconversión bajo presión inmobiliaria. Que un idealista no haya querido evolucionar como los demás no es motivo para tratarlo como a un delincuente.