Lo malo de vivir literariamente es que a tus sueños les cuesta escuchar el reloj despertador, así que cuando amanece, en cierto modo permaneces a oscuras, y mientras los demás se ocupan en los quehaceres ordinarios, tú haces los preparativos para la siguiente noche mientras reduces a frases los fracasos de la velada anterior y quemas en el cenicero el teléfono de aquella mujer que te decepcionó porque a punto de esfumarse la madrugada te hizo ver que las emociones son una cosa muy interesante, tan interesante como son las flores y las películas, pero que cuando se esfuma la noche y clarea la mañana, una chica como ella lo que necesita no es un soñador que le hurgue el alma, sino un tipo sólido y realista que sepa deshuesar el jamón. "Las cosas son como son y tienes que adaptarte", te advirtió aquella fulana, "porque en la vida real, ¿sabes, cariño?, en la vida real incluso para adelgazar hay médicos que te recomiendan tres comidas al día". Eso quiere decir que a los sueños hay que darles de vez en cuando una tregua para que se laven la cara antes de caer de nuevo en el alucinante sopor de la madrugada. ¡Terrible realidad! A uno le cuesta sobreponerse a la evidencia y tan pronto anochece, olvida el hueso del jamón y vuelve a verlo todo como si fuese cine, como tantas otras noches en las que a punto de clarear el alba, a los tipos así se nos pasa por la cabeza la posibilidad de tomar un taxi y pedirle al taxista que te lleve a cualquier ciudad en la que anochezca al amanecer. No lo haces porque sabes que el taxista va a desconfiar de tu mal aspecto. Es lo normal en estos casos. El rostro del delincuente se parece una barbaridad al del soñador, seguramente porque el crimen y la literatura suelen ser la desigual secuela de no haber dormido. Es en la falta de descanso donde prenden con más facilidad las flaquezas y los vicios. A veces acumulas días sin ir a cama y al entrar de madrugada en un garito te enteras por el barman de que acaba de estar allí la muerte preguntando por ti. La muerte no es idiota y suele poner sus ojos en la gente cansada, que es la que va despacio y se sabe el camino del cementerio; en el soñador que tira demasiado del cuerpo y no le da importancia a que la última vez que se miró en el espejo del bar, tuviese el preocupante mal aspecto de un cadáver con el sueño cambiado; en el hombre sentimental y desencantado que encuentra cierto placer en el fracaso porque le permite sentarse al final de la noche a solas en su coche y rondar las calles de la ciudad desierta mientras de la última timba se levanta un perdedor condenado a sobrevivir al fracaso porque en la definitiva mano de aquella noche de póker perdió la pistola con la que pensaba saltarse la tapa de los sesos sentado frente al espejo en la habitación de una de esas fondas en las que hay una luz sucia y ruin que mismo parece salir de una bombilla apócrifa colgada por el forense en el gancho de la carne. Conozco bien esa angustiada sensación de dulce fracaso que sobreviene a punto de rayar el alba, en ese preciso instante en el que descubres que las mejores frases para retener contigo a la chica de tus sueños, se te ocurrieron siempre con motivo de haberla perdido. Se te pasa entonces por la cabeza la tentación de darle un giro a tu vida, aunque sólo sea porque ni siquiera un hombre como tú se merece despertar sin haber dormido. Y si no le das un giro a tu vida, muchacho, es porque sabes que sólo un hombre sometido al desencanto del extremo cansancio percibe la inefable sensación de que la muerte es el único sitio en el que anochece nada más amanecer...