Procusto, el posadero de Eleusis que ajustaba la talla de sus huéspedes a la cama disponible estirándoles o serrando sus miembros, debería ser considerado el patrón de los sastres -de los poco dados a meterse en distingos, al menos. Pero como no consta que haya sido elevado a los altares, tal vez deba conformarse con figurar como asesor en espíritu del ministerio de Sanidad, organismo empeñado según parece en obtener la talla verdadera de la mujer española examinando ocho mil y pico de casos. El propósito de la homogeneización, como casi siempre que interviene dicho ministerio, es en teoría saludable: se trata de combatir la anorexia -y la bulimia de paso, supongo- definiendo cuáles son las tallas deseables para las mujeres del Reino. Pero el procedimiento, como también suele suceder cuando Sanidad anda por medio con sus normas y preceptos, deja mucho que desear. Si en busca de unos pulmones menos contaminados por la nicotina el ministerio relegó a los fumadores a la categoría de apestados, se corre el peligro ahora de forzar a quienes no alcancen la talla 40, disponiendo de dos cromosomas X, a la tesitura de tener que borrarse de la verdadera feminidad. Ésta, como en la película a la que hace referencia el título de esta columna, debería limitarse a las mujeres que tienen curvas, y muchas de ellas.

Pero ganar feminidad por la vía de la normalidad impuesta va a ser tarea difícil por varias razones. La primera y más importante, que a la sociedad se le da una higa lo que opinen los ministerios en materia de modas. Desde luego, hoy no son las madonnas de Rubnes las que marcan los cánones de la belleza. Seguimos extasiándonos con las modelos quasiimpalpables por más que las tallas que exhiben en las pasarelas no existan en ningún almacén de ropa. Si el resultado de la definición de la talla políticamente correcta que busca el ministerio llega alguna vez a los escaparates, podemos encontrarnos con el fenómeno contrario: que sí que lo hay pero no lo compra nadie.

Por añadidura, la idea misma de la mujer estándar da bastante grima. Cada vez que se ha querido llegar a un promedio de belleza el resultado ha sido un espanto, aunque sólo sea porque ni siquiera sabemos en qué consiste la perfección. Pero lo que resulta patente es que, amén de unificar tallas en términos de perímetro de cintura -por ejemplo-, también habría que hacerlo entrando en la altura. Y si añadimos el factor de la edad, podemos encontrarnos con que al ministerio de Sanidad le haga falta un ejército entero de procustos venga a flagelar carnes y rellenar grietas a un ritmo tal que va a dejar la producción de botox al borde de un ataque de nervios.

Animar a las adolescentes a que coman de forma equilibrada no pasa por condenar a las que tengan una complexión tirando a delgada a cebarlas como oca del Périgord. No se trata de compensar las hambrunas impuestas por la tiranía de las pasarelas de ahora imponiendo dietas de comida basura. Tal vez lo más indicado fuese que el ministerio de Sanidad se preocupara por tener los hospitales en regla, la plantilla de personal sanitario bien dotada y la gestión de la seguridad social equilibrada. Las curvas necesarias en las mujeres de verdad deberían pertenecer al libre albedrío de las españolas. Aunque el argumento, aplicado a los hombres, también vale.