Casi todos los días, al conducir hacia mi lugar de trabajo, me planteo el mismo sueño: ¡Quiero un semáforo!

Sí, ya sé que resulta extraño, pero sería estupendo poder salir del portal de casa, tener tu semáforo esperando, darle al botón y ver cómo todo el tráfico se detiene mientras paso majestuoso y observo la gran fila de vehículos que me rinden homenaje.

Pero no, no lo tengo, ni siquiera sé cómo debo hacer para pedirlo. Así que olvido el asunto y me centro de nuevo en la conducción, que quizás sea más peligroso soñar en estos menesteres que hablar por el móvil, y aún puedo ser multado. De repente tengo que detenerme, porque, ¡vaya!, se me ha puesto en rojo el semáforo que astilleros Barreras posee en Beiramar. Y entonces veo a dos trabajadores, que bocadillo en ristre me observan, y en su sonrisa insultantemente prepotente, creo entender que han adivinado mi deseo, y me restriegan el hecho de que ellos sí poseen lo que yo tanto anhelo.

¿Por qué ellos pueden?, ¿qué tengo que hacer? Quizás si saliera comiendo un bocadillo de casa... En fin, me resignaré, pero sigo sin entender porqué tienen ese derecho, porqué no hay semáforos similares en la salida de un colegio o instituto, y porque en una avenida de tanto tráfico se puede usar de forma tan arbitraria un elemento regulador del tráfico.

Pero mi petición queda hecha: Yo también quiero un semáforo.

Gerardo de la Huz Serrano - Vigo