En el interior de las desaparecidas murallas medievales de Pontevedra que cercaban el casco histórico de la ciudad, y accediendo por la "reconstruida" Puerta de Trabancas, se abría ayer un mundo de música, ajetreo, diversión, color y sorpresa bajo el gran paraguas de la sexta edición de la Feira Franca. No había rincón sin detalle y adorno medieval, plaza sin comida o cena, y calle sin vendedor o saltimbanqui. Hasta Valle-Inclán se imbuyó del ambiente medieval y se colocó una túnica. Y, por supuesto, miles de personas ataviadas con las vestimentas al uso, desde ciegos a clérigos y de señores a campesinos y marineros que participaron en la fiesta más numerosa y popular de las organizadas en la ciudad del Lérez.

Los legos aprendieron ayer los secretos del arte de las palilleiras, preguntaron sobre la costura de redes marineras, y siguieron los sordos golpes de los herreros en los yunques o en las fraguas. Los oficios medievales de A Ferrería se juntaron con los diversos puestos de venta de ricos productos típicos, en su mayor parte no aptos para diabéticos.

El traslado del mercado medieval a la avenida de Santa María y a la Alameda resultó todo un éxito. Sirvió para abrir el escenario de la Feira Franca más allá de las plazas principales del casco histórico, y situar en otros espacios exhibiciones como la de cetrería, de escritura gótica o de tiro al arco que se ofertaron durante todo el día en avenida de Montero Ríos. Allá por donde se iba se oían romances cantados, actuaciones de malabares o pequeñas piezas teatrales cómicas.

La avenida de Santa María se convirtió, sobre todo, en el punto de venta de artículos artesanales realizados con cuero, madera, barro, hierbas aromáticas. Curiosamente, a la una de la tarde los invitados a una boda religiosa (con trajes de gala convencionales) en la basílica se juntaron con la multitud vestida de época que veía el tradicional traslado del vino, una ceremonia que se considera el arranque de la Feira Franca. La abría un dragón y cabezudos que bailaban al son de las gaitas, seguidos de jinetes a caballo y varios burros que transportaban las vasijas con vino.

El tan polémico Campillo de Santa María estaba tomado por un gran número de mesas engalanadas con arpilleras, pendones, estandartes y loza de barro, como corresponde a la época. Esta plaza fue un ejemplo de lo que se sucedió en la Alameda y en las plazas de A Leña, A Verdura, o en A Pedreira donde por la noche se ofreció una cena para cerca de 280 comensales para los que se prepararon durante más de ocho horas diez "porquiños á brasa". Tampoco faltó la tradicional ternera asada por "O Bruxo" a las puertas del Museo provincial.

Los más pequeños rincones sirvieron para organizar antiguos y sencillos juegos para el entretenimiento de los más pequeños. En el Paseo Odriozola, en los soportales de A Casa da Luz o, incluso, en las ruinas de Santo Domingo se podía ver una mini-catapulta, un juego con fichas humanas, unos bolos de la época, o el tiro al arco, entre otros.

El ingenio se agudizó en muchos casos y no era difícil ver curiosidades como carritos de niños a la usanza medieval hechos con maderas e incluso imitando la forma de viejos carros de vacas.

Uno de los momentos más esperados del día fue el torno medieval de la plaza de toros.

Por vez primera, la Xunta visitó la ciudad en plena festividad medieval. La conselleira de Cultura, la nacionalista Ánxela Bugallo, estuvo acompañada por Luis Bará, director xeral y principal impulsor de esta Feira Franca en su época de concejal.