Así pues, reunido su sanedrín y repasadas las cuentas, el PPdeG parece haber optado por la cautela y confiado al tiempo la sanación de alguna de las heridas que amenazan con infectarse. Especialmente la que se refiere al riesgo de escisión, que muchos consideraban inminente, otros aún no descartan por ahora pero que la mayoría empieza a ver como evitable; incluyendo entre éstos últimos a bastantes de los que hasta hace muy poco alentaban los rumores e incluso enredaban en lo profundo de la estructura.

La opción de la prudencia, adoptada ayer mismo por los populares gallegos, no sólo es inteligente -habida cuenta de que, hoy por hoy, cualquier otra hipótesis supone una aventura más arriesgada que la de dejar las cosas como están- sino en sí misma significativa de que hay unas cuantas cosas que podrían estar cambiando dentro de su organización. Empezando por el papel gallego del propio don Mariano Rajoy, cuya intervención en la campaña muchos consideran decisiva para haber aguantado el tipo. Ojo a eso.

A partir de ahora, pues, resulta más que probable que el sector de la sociedad gallega que ha respaldado al PPdeG asista a la consolidación de la idea que el propio Rajoy enunció en una entrevista con FARO pocos días antes del 19-J: la de que su partido dispone de un gran equipo, que ese equipo debe funcionar para acentuar los cambios dentro de un orden y que el partido a ganar será el de las municipales del 2007. De forma que cuaje, como fórmula sucesoria, la idea aquella de que "después de Fraga, el partido".

Es una idea inteligente, además de cautelosa, y probablemente práctica. Pero exige una condición previa muy similar a todas las que en los últimos años han determinado la vida del PPdeG: su éxito dependerá de que el conjunto del partido la acepte, trabaje unido para ella y acepte sus consecuencias. Algo posible, porque de los cuatro barones provinciales sólo quedan uno y pico, pero poco probable mientras hasta esos se den cuenta de que su futuro pasa por hacer piña y, si no, no sobrevivirá al riesgo de perder más poder.

En ese esquema, si es el que se está manejando -que parece que sí- falta por definir con exactitud el papel de don Manuel Fraga, que parece dibujarse, cada vez más, como el de un árbitro que decidirá, desde su autoritas, los conflictos que la política diaria puede provocar en el entorno de su organización. Esa situación, compatible con su presencia activa pero relativamente alejada del fragor de la contienda, le permitiría -si es que puede asumirla: su carácter es como es- seguir aportando las tres virtudes básicas para cualquier compromiso -ciencia, prudencia y conciencia- al servicio de Galicia, una oferta admirable que ha reiterado y que ni el país ni el PP debieran rechazar.

¿Verdad?