La renovación de flota no es el único reto al que se enfrenta el sector pesquero gallego. Aquella generación que en la década de los 70 y los 80 recogió el testigo de sus padres y abuelos y escogió el mar como forma de vida ya comienza a vislumbrar su jubilación en el horizonte. Y mientras ellos se preparan para asentarse en tierra, el sector observa con preocupación la escasez de jóvenes dispuestos a embarcarse. Este no es el caso de Marcelo Fernández y Cristian González, dos estudiantes del Instituto Marítimo Pesqueiro do Atlántico de Vigo que llevan la pasión por el mar en su ADN. "Somos prácticamente los únicos de nuestras pandillas que queremos dedicarnos a esto", comentan.

El sector busca la manera de asegurar su relevo y atraer a los más jóvenes, pero estos desvían cada vez más su vista del mar para abrazar otros estilos de vida. "Yo creo que en general hay mucho desconocimiento de lo que es este mundillo", comenta Marcelo Fernández. A este estudiante de 28 años de edad del ciclo medio de navegación, pesca y transporte marítimo la crisis le estalló cuando ya se había hecho un hueco como soldador en un astillero de Marín. Cuando tuvo que buscar alternativas lo tuvo claro. "Mi padre fue contramaestre en Groenlandia o Islandia y tengo gente en mi familia que fue marinera, así que esto algo que me gustaba ya desde pequeño", explica Fernández, que ya acumula varios años de experiencia a bordo de arrastreros y busca seguir creciendo.

La pasión por el mar también le viene de familia a Cristian González (27 años), que estudia el ciclo medio de mantenimiento de las instalaciones y maquinas eléctricas de buques y embarcaciones. "Siempre que venía mi padre a tierra yo aprovechaba para ir al barco y una vez que cumplí la edad, me embarqué, me gustó y ahora me estoy preparando para poder llegar a oficial", argumenta.

La flota gallega ha logrado estabilizar su hemorragia de empleo y en los tres últimos años ya no pierde afiliados a la Seguridad Social. Ahora, con muchos de sus representantes aproximándose a la edad de jubilación, clama por una nueva generación que recoja el testigo. "Es importante que los jóvenes vuelvan a fijarse en la pesca y se asegure un relevo. Si no yo no sé a donde vamos a ir", comenta Manolo, un armador ya retirado.

En un sector plagado de casos en los que la pasión se transmite de padres a hijos, el sector aboga por inculcar la pasión por el mar desde pequeños y por aligerar las trabas administrativas que provocan que muchos tengan que privarse de trabajar en lo que de verdad les apasiona. "Para poder ejercer la pesca ahora hay que tener el curso de marinero-pescador, hay que tener una formación básica, hacer reconocimiento médico, hacer la libreta... Son unos requisitos que cuestan un dinero que no todo el mundo tiene", lamenta Roberto Crespo, armador del cerquero Novo Baloeiro, quien ya ve cómo se acerca el punto y final a toda una vida dedicada al mar. "A mí me quedan cinco o seis años en esto, pero con este recorte de cuotas y todo el exceso de controles siempre digo a los que vienen por detrás que sacudan porque vienen tiempos difíciles".

La vida en el mar

Pese a la barrera de 30 años de edad, a los tres les une una pasión por una forma de vida que llevan en la sangre y que, como coinciden, compensa con creces todos los sacrificios que esta trae consigo. Ni las largas temporadas sin pisar suelo firme plagadas de jornadas por momentos interminables los alejan de su camino, pero sí a algunos de sus compañeros de promoción. "Yo si les cuento a chavales del instituto mi experiencia de estar varios días sin dormir, hacer el trabajo de seis días en solo tres y medio o de ser el único marinero español con once personas musulmanas con las que no compartes idioma, ellos me dirían que esto no es para ellos", asegura Fernández.

El caso de Cristian y Marcelo es el de estudiantes que recalaron en las aulas tras años de experiencia embarcados. Pero son la excepción. Entre sus compañeros de clase la mayoria no cuenta con experiencia profesional y, según defienden ambos, el plan de estudios no ayuda a elevar el interés de los alumnos. "En dos años que dura el ciclo no te sacan a la ría", lamenta Cristian.

Esta falta de contacto con la realidad del sector, unido a la dureza que en muchas ocasiones lleva aparejada la actividad pesquera, no solo disuade a los más jóvenes de inscribirse en las escuelas náuticas, sino que, incluso aquellos que sí lo hacen, terminan cambiando de rumbo. "Hay muchos que acaban marchando o que prefieren convalidarlo para ser patrones de yate o trabajar en la marina mercante", reconoce Marcelo Fernández.

La dureza de esta actividad, sobre todo cuando se realiza en lejanos caladeros -"no como la bajura, donde trabajamos cuatro o cinco días a la semana y dormimos en casa", como destaca Crespo-, unidos a unos salarios que "ya no son lo que eran", empuja a un buen número de estos estudiantes a apartarse ya no solo de la pesca, sino también del mar.

"En el tema de máquinas hay cada vez más gente que prefiere irse a talleres en tierra porque están pagando casi lo mismo que muchos barcos cuando las condiciones son mucho más cómodas", argumenta Cristian, quien considera que los salarios entre el personal de máquinas no justifican todo su esfuerzo. "Nosotros somos los primeros que además de hacer nuestro trabajo tenemos que dar apoyo a los marineros cuando hay que procesar el pescado y eso implica más horas extra", critica. Unas condiciones que en muchas ocasiones disuaden a los más jóvenes, que buscan abrigo en otros sectores, aunque estén peor remunerados.