Díganme si no cómo hay que abordar el hecho de que en poco más de un mes hayamos perdido 18 vidas y 3 barcos cerca de la costa, con el mar en calma y sin aparentes problemas de navegación, todos del mismo subsector. La gente, en especial la gente del mar, empieza a hartarse de que la única verdad posible nazca del testimonio de los supervivientes, que no son sino empleados de las empresas implicadas, ya que el mar y sus rutinas naturales no son la única amenaza que soportan.

Buena parte de los barcos son reformados para su lógica y razonable adaptación a las novedades tecnológicas. Pero una vez que esto ocurre, ¿son igual de rigurosos los exámenes a que deben someterse? La evidencia de que muchos buques pierden estabilidad en una maniobra un poco brusca, o por corrimiento de carga, o al meter el aparejo a bordo, denota que quizá no se estén haciendo las cosas todo lo bien que se debiera. ¿Llevan los buques los lastres adecuados para mantener su estabilidad en buenas condiciones? ¿Se realizan esas pruebas con el tiempo necesario? ¿Llevan la cantidad adecuada de combustible para que éste, por su propio peso, contribuya a una estabilidad adecuada?...

Claro que sólo podemos especular o fiarnos de lo que nos digan las personas o empresas relacionadas con cada accidente, y ahí puede estar parte del problema.

Necesitamos, más que evidencias constatables (casi siempre imposibles, porque los buques están hundidos), llevar las investigaciones hacia dictámenes que nos hablen de las posibilidades no empíricas, sino deducibles por las circunstancias.

Especular, en casos como este, no es una frivolidad, sino un arma que nos permitirá reorientar nuestras políticas y mirar hacia los problemas reales, para dejar nuestros llantos fatales y homenajear de verdad a las víctimas inocentes: ayudando a la luz para mitigar los graves riesgos que acechan a las tripulaciones, y no a los burócratas que todo lo llevan al territorio de la mala suerte.

*Presidente de AETINAPE