Vicente tiene que entrar a su “casa” a gatas, entre una alambrada. Vive en un edificio en construcción que lleva años parado. Allí, en el sótano comparte una chabola con otros cuatro, pero dentro hay muestras de que viven muchos más. Pasa esta Navidad solo en Vigo y el día Navidad arreglando la lona para que no le entre agua mientras duerme: “Me siento bien... aunque en la calle te encuentras de todo”. Conocía a Karl, el joven muerto la noche de Nochebuena, de la calle.

Decenas de transeúntes y mendigos han borrado de su vida la navidad.Viven en la calle y duermen en choupanos o casas abandonadas. Vicente arreglaba las paredes de la suya para que no entre la lluvia. Todos son “sin techo”, pero entre ellos se distinguen. Están “los del cartón”, como llaman a los que viven pegados al “brick”de vino, o los “tiraos”, que duermen bajo sábanas de papel de periódico. Muchos trabajaron en el mar, otros son inmigrantes. Diego, de 33 años, que toca la flauta por las terrazas, vivió en un molino y llegó a dormir en la calle sobre los conductos calientes de la ventilación. Algunos tienen o han tenido problemas de adicción o están desenganchándose de la heroína o metadona.

Muescas en el corazón

Pero también los hay que no consumen y a los que la vida, más que marcas en las venas, les dejó muescas en el corazón. Es el caso de Vicente Vázquez Vidal. Tiene 41 años y lleva 15 en la calle. Hijo de emigrantes gallegos quedó huérfano de pequeño y habla correctamente francés. Nació en Bélgica: “Con la verdad vas a todos los sitios, con mentiras a ningún lado”, repite mientras mueve las manos. Tiene una enorme cicatriz redonda en una de ellas. Al preguntarle por ella, responde: “Hay gente muy mala. Le pedí fuego a unos chicos y me quemaron con el mechero del coche”. Lleva meses en Vigo.Tiene una paga de 150 euros. Come en un salón social y se afeita en cualquier baño en donde le dejen hacerlo. Estrecha la mano encantado y dice: “Cuidate”. El senegalés, natural de Dakar, que todos llaman “Alí”, de 44, es uno de los más conocidos en O Berbés. A mediodía frecuenta los comedores sociales.

No así a Nacho. Sentado en un banco, saca trozos de pan de una gabardina y mira cómo comen las palomas. “No me gusta la Navidad. Añoro a mi familia y eso me causa tristeza”. Hace un mes que dejó la metadona. Hace muchos más tuvo una mujer, un hijo que estudió hostelería... Hoy tiene un regalo de su madre: un móvil. Para cuando necesite hablar, dice.