No tiene ese espíritu de choteo que siempre le sobró pero no hay que pedirle tanto a un tipo con 92 años tan bregados. Aunque tampoco lo ha perdido del todo. "Je, je.. A mí, ahora me están metiendo unas hormonas por un tratamiento que no sé yo si me están desgraciando la virilidad", te suelta cuando le hablas de los calores y la ligereza indumentaria que provocan en los cuerpos femeninos por las calles.

Ángel Llanos. Todavía le puedes ver haciendo fotos por Coia pero es ese mismo que, allá por los años 20 de su infancia, podía coger desde una chalana de remos alguna sardina con las manos al pasar sobre un banco de ellas. O al menos eso cuenta para significar el mucho cambio habido en nuestras aguas.

- Exagera usted ¿no?

- Es que yo le hablo de un Vigo que se fue. Yo de niño, en los años 20, correteé por un barrio viejo que olía a sardinas y en el que las puertas de las casas no se cerraban; a Bouzas iba a pie dándome una caminata, Coia era puro rural y desde la Puerta del Sol hacia arriba no había más que monte.

- Pero eso de las sardinas...

- Cierto, pero no hacía falta. Ibas a la plaza, preguntabas su precio y te decían: "Déame dos perras e lévese as que queira". Pero en las Cíes podías atrapar pulpos a mano, igual que camarones en las playas, y a tu alcance tenías las nécoras o los centollos. Y así, todo a mano.

- Y chocabas la mano y eso era un pacto...

- Pues sí, porque en Vigo no había el malevaje de la gran ciudad. Tenía menos de 20.000 habitantes o así. Ahora ni con la firma de un documento. Antes, te caías y todo el mundo se abalanzaba sobre ti para ayudarte. Ahora, todos dudan, cuando no aprovechan para robarte.

A Llanos no le preocupa su edad, dice que ni siquiera teme a la muerte tras haber vivido tanto, pero hay dos cosas que le mantienen en vilo: cómo quedarán los suyos (ya tiene bisnietos que comen en su casa) y cómo vender al mejor precio su gran archivo fotográfico. Grande, claro, porque delata el cambio de una ciudad, porque es un poderoso testimonio de Vigo que incluye sus más de 80 años de actividad y porque suma las fotos que han sobrevivido de las dos generaciones que le precedieron.

- No me diga que aún no le han hecho alguna oferta...

- Sí, pero no la que yo creo que merece. Unos 150.000 euros, me ofrecen en tres plazos. Yo tuve mi primera cámara a los nueve años, en 1924, y así hasta hoy. Recuerdo aquellos tiempos en que yo trabajaba para varios periódicos vigueses.

- Y por medio usted se comió el marrón de la guerra...

- Un buen marrón. Le podría hablar de las cargas a bayoneta, de espionaje fotográfico por tierra y aire, de carnicerías como la de Brunete...

Perdiguera, Alfajarín, Sierra de Alcubierre... Tierras de combate en su memoria. En Brunete le pegaron un tiro en la cabeza y un morterazo mató a los camilleros que le llevaban llenándole la espalda de metralla. Le tocó el bando que le tocó, como le podía haber tocado el otro. "La principal enseñanza de la guerra es que no vuelva esa locura", dice.

- ¿Qué le parece la apertura de fosas de ese tiempo?

- Reabrir heridas. El muerto al hoyo y el vivo al boyo.

Llanos fue superviviente de un escuadrón varias veces diezmado, encargado de romper brecha. Sabe bien lo que fue el cinturón de hierro de Bilbao. Más tarde sirvió de fotógrafo de líneas enemigas, reptando como serpiente con la cámara a cuestas para acercarse al máximo o en vuelos de reconocimiento. De las tres veces que cayó herido, una fue justo a bordo de uno de estos aviones. Cuatro marcas de guerra: en la mano en Escamplero; en el vientre en Solliure; en la cabeza y la espalda en Brunete...

"Brunete -dice- fue muy duro: a muerte hermanos contra hermanos. Se tomó a bayoneta, como tantos otros sitios. Para saltar de las trincheras nos daban coñac, ponche, anís... Lo que fuera. Hacíamos primero una descarga y luego saltábamos. Horrible".