Si un día me faltasen las Cíes, me moriría en poco tiempo". Serafín Sotelo Herbello, marinero de 76 años, es nativo de Cíes, donde también vivieron sus padres y abuelos, y se siente isleño hasta la médula. "Nací aquí y para mí éste es mi pueblo", afirma orgulloso. Su primer DNI, luego extraviado, ya dejaba patente su procedencia: "Calle Islas Cíes, sin número", rezaba en el apartado de domicilio. De oficio marinero, hasta los 60 años residió de forma permanente en el archipiélago, y ahora alterna su tiempo entre su casa de Cangas y el Bar "Serafín", que abrió hace más de tres décadas en las islas y donde pasa largas temporadas. "Vivo aquí ocho meses al año. Sólo me voy en invierno, por el mal tiempo", explica. Su planeadora, la Isleña S, le transporta en sus idas y venidas al muelle de Carracido, en la isla del Faro.

Sotelo no tiene intención de vender, en caso de que la Xunta se lo propusiese, su bar y la parcela de 700 metros cuadrados en la que se ubica, pero tampoco tiene una opinión definitiva. "De momento no me lo planteo. Aquí tengo mi pequeño negocio, donde pongo unas cervezas y unas comidas a la gente. Pero si la oferta fuese buena, la escucharía", explica, y defiende que "deben respetarse las propiedades y dar facilidades para reformarlas y mantenerlas".

Las restricciones en el fondeo en el territorio del Parque Nacional no le han gustado a este marinero casado con una isleña, Esperanza Barreiro, criada en San Martiño. "A veces viene gente que llega en barcos y yates, tanto españoles como extranjeros, a tomar algo a tierra. Si no pueden fondear, salgo perjudicado", razona.

La casa paterna todavía se conserva. Ahora es propiedad de su hermano, Benedicto. La familia, de tradición marinera, lo pasó mal durante la Guerra Civil y los años siguientes, los tiempos de la cartilla de racionamiento, cuando no podía ir a tierra firme a buscar el pan por el mal tiempo. "Antes de tener mi lancha a motor mandaba el pescado a vender por otros marineros", recuerda Sotelo, que faenó a los trasmallos, el palangre y otras artes, y apañaba percebes cuando el marisqueo era libre. Hace más de 30 años abrió el bar que lleva su nombre. Funciona en Semana Santa y durante la época estival, pero también está disponible cuando el personal de Medio Ambiente que trabaja en las islas quiere tomarse una caña.

En temporada alta un barco mejillonero traslada la mercancía del bar a las islas, y la planeadora va y viene con la comida del día. El resto del año, salvo en invierno, se aprovisiona para pasar varias jornadas en el archipiélago. "En tiempos sembrábamos en la finca patatas, maíz, cebolla y centeno, pero de eso hace mucho", rememora.