"Mira, un sacerdote que es médico", señalaba un chaval al ver subir las escaleras de Povisa a Ramón Portela, con su alzacuellos y su bata blanca. No muchos saben que los hospitales cuentan con capellanes en sus plantillas. En los públicos de la ciudad dan servicio ocho sacerdotes y cuatro religiosas voluntarias, mientras que otros dos curas atienden a los dos centros privados mayores. Con guardia física o localizada, están a disposición del enfermo las 24 horas del día, los 365 días del año.

Visten bata para "identificarse" y "hacerse presentes" como un "servicio más que el hospital ofrece al paciente". De hecho, los ocho sacerdotes presentes en el Chuvi figuran en los presupuestos del Sergas, por un acuerdo del Estado y el Vaticano de 1979, que fue ratificado por Sanidade en 1995 y prorrogado en varias ocasiones. Pertenecen a la Delegación Diocesana de Pastoral de la Salud, que desde el pasado mes de marzo, encabeza el padre Benito Rodríguez Guerreiro, capellán en el Cunqueiro. Como, "hay más enfermos en las casas que en los hospitales", destaca que también cuentan con equipos visitadores de enfermos.

Algunos todavía los asocian con la muerte. "Un pequeño porcentaje aún se asusta cuando aparecemos por la puerta de la habitación y te dicen: 'Deje, no queremos nada'", cuenta el capellán de Meixoeiro, Francisco Cabaleiro. Han heredado esa funesta imagen de la extremaunción. Pero, desde hace un tiempo se ha cambiado por la unción de enfermos, para la que no hay que esperar a que el paciente esté agonizando. "Algunos la piden antes de operarse, para que les ayude", ejemplifica.

José Juan Sobrino, capellán en el Cunqueiro, señala que, lejos de ser un presagio de la muerte, su presencia es "animosa" para "llevar calor al corazón". Y es que, en realidad, la labor a la que dedican más horas es a hacer compañía y a escuchar. "En el hospital, hay mucha gente que está sola, que no tiene familia o que esta no tiene medios para estar allí todo el tiempo", expone Cabaleiro. Sobrino explica que el objetivo es "que sepan que no están solos, porque es cuando te invaden los miedos". Lo hacen incluso con gente que no es creyente. Cabaleiro recuerda a algún budista a o musulmán y las buenas migas que hizo con un maestro de reiki, al que estuvo a punto de casar en el hospital.

Recorren las plantas presentándose y "animando espiritual y psicológicamente" a pacientes y familias, cuenta sor Adela Cruz Luna, que de atender enfermos entiende. En Perú, de donde procede, era enfermera. Pero hay unas habitaciones que se salta, las de Pediatría. "Los niños siempre están acompañados y entretenidos", explica. Se siente más necesaria en otros sitios. "También estamos para el personal sanitario, cuando necesitan descargar y fortalecerse", añade Sobrino.

Acuden a demanda -incluso al búnker de radioterapia donde se dan los tratamientos de yodo-, tanto para unciones, como para confesiones o comuniones y celebran eucaristías en las capillas. En la del Meixoeiro -segunda planta-, el capellán cuenta que suele tener bastante audiencia: "pacientes, familiares, algún sanitario, gente que va a fisioterapia y que le coincide o mientras esperan a la ambulancia... No dejamos de ser una pequeña parroquia". Además, en el hospital de Puxeiros, desde la apertura del Cunqueiro, buena parte de sus pacientes son mayores con estancias de más larga duración. "Clientes habituales -bromea- con los que se crea una relación". En la del Cunqueiro -planta 0, vela F-, tienen menos público. "Revisaremos el horario, pero también queda un poco esquinada y la gente no sabe que está ahí", señala Rodríguez.

"Lo más excepcional" que les piden son bodas, pero son reacios. Se necesita la aprobación del obispado y los tribunales exigen ciertas garantías. Unos cuantos se han visto en la tesitura de negarse ante casos complicados, como el de un paciente que "estaba totalmente grogui".

Son más habituales los bautizos, en la unidad de prematuros del Álvaro Cunqueiro. "Cuando es en una incubadora, coges un algodoncito y derramas tres gotitas sobre el bebé y lo secas con otro", describe Sobrino. Recuerda otro de una mujer mayor, que había vivido en un país no católico. "Era admirable, con su tratamiento de quimio y leyéndose el catecismo". A Rodríguez le viene a la cabeza la confirmación de un niño con cáncer, que celebró en el hospital el mismo día que lo hicieron sus amigos en la iglesia y con su presencia.

Todo esto les permite un contacto "más profundo" con la gente que el de las parroquias, porque están presentes "en momentos muy especiales y delicados". Eso también les pasa factura. Han tenido que aprender a despojarse de estas penas a la vez que se quitan la bata.