"Viajé mucho y aguanté de todo. Si vienen más años los viviré sin problema". Así resume la centenaria Dolores Condesa su filosofía de vida. Una mujer que de su Salvaterra de Miño natal, llegó a mudarse a Alemania para trabajar e incluso estuvo en las cocinas de la Basílica del Sagrado Corazón de París. Ella, junto con Mª Carmen Gallego y Mª Dolores Alonso (que no pudo asistir por motivos de salud), de 87 años; y Felisa Pazos y Rosario Costas, de 86 años, fueron homenajeadas ayer en el Centro Cultural de Coruxo con motivo del Día de la Madre.

Al acto, iniciativa de la Asociación de Xubilados e Pensionistas Avoa y que contó con un lleno total en la sala, fue amenizado por la Coral Polifónica Lira de San Miguel de Oia, que inició su concierto con "El valls de los 15 años", seguido de otros temas posteriormente. Carlos Font, en representación del Concello de Vigo, y la jefa territorial de política social de la Xunta de Galicia, Marta Iglesias, fueron los encargados de entregar los obsequios a las protagonistas del evento, entre los que se encontraban una manta térmica o una estatua de Sargadelos.

De las cinco, Dolores Condesa es indiscutiblemente la que acumula experiencias vitales más variadas. La pontevedresa es la mayor de siete hermanos y desde joven supo anteponerse a las adversidades, ya que su madre murió de cáncer de mama, lo que la obligó a ocuparse de su familia, además de que hace cinco años un tumor linfático a punto estuvo de acabar con su vida. Aparentemente a ella, lejos de afectarle, todo lo que sufrió la hizo más fuerte, ya que luce sus 100 años con entereza cuidada por sus hijos Palmira y Lino y practicando su hobby diario, jugar a las cartas. Dolores emigró de Galicia en 1961 (un año antes se quedó viuda) para buscar empleo. Trabajó en una fábrica de piezas para vajillas en Hamburgo (Alemania) y aunque carecía de experiencia y no sabía alemán, vivió allí 18 meses. La siguiente parada de su recorrido fue Francia, donde vivía una de sus hermanas, y allí ejerció como empleada del hogar.

"En una ocasión frente a la casa donde trabajaba vivía el expresidente francés Giscard D'Estaing y me cruzaba a diario con él", comenta. Tiempo después, estuvo cuatro años como ayudante de cocina en la Basílica del Sagrado corazón. "El obispo de París comía con los curas cuando había misas especiales. Era cercano y nos saludábamos", cuenta sonriente. Pero sus viajes no acabaron ahí, ya que hasta casi los 80 fue la acompañante de una mujer que pasaba varios meses al año en Canarias.

Actualmente, su día a día, como el de todas las homenajeadas, es -más tranquilo, y discurre entre sus largos paseos por la Puerta del Sol y sus visitas los fines de semana a la casa familiar de Salvaterra. Sin duda, las vidas de estas madres merecen este reconocimiento.