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Cirugía en el edificio de las 500 llaves

Arranca la reforma que ordenará el caótico immueble asoportalado de Beiramar

Una de las numerosas y angostas escaleras que ilustran la errática distribución del inmueble.

Poner orden donde las necesidades de sus numerosos inquilinos han hecho del edificio de los soportales de la Avenida Beiramar "un Tetris". "Es lo que mejor definiría a este inmueble", apunta la arquitecta Mercedes Ferro para ejemplificar el calamitoso estado, desde el punto de vista de la distribución, accesos y servicios que presenta una edificación proyectada en 1947.

Ferro dirige junto a Jordi Castro la reforma que el Puerto adjudicó en 1,5 millones de euros a la Ute formada por las empresas Proyecon y Emergis. Salvo Laboratorio Goberna, el resto del casi centenar de concesionarios usuarios de este edificio -entre otros, Conxemar, Eduardo Vieira, Marexi o el CSIC- solo tendrán que padecer las molestias de unos trabajos que se prolongarán durante 10 meses. Tampoco afectará a los comercios y talleres ubicados en los bajos, salvo por la mínima reducción de la franja de estacionamiento frente a los pintorescos soportales cuando lo requiera la labor constructiva, como ocurre desde hace unas semanas.

Un breve recorrido por el interior de este conjunto arquitectónico separado por un pequeño callejón y construido entre la calle Gaiteiro Ricardo Portela y el Instituto Social de la Marina basta para comprender la comparación que hace la arquitecta con un Tetris. En la segunda y tercera planta, encima de oficinas operativas o junto a estas, hay espacios que llevan años vacíos, muchos de ellos carcomidos por las humedades, invadidos por máquinas y materiales que todavía despiden ese olor aceite de los viejos talleres de mecánica naval que albergaron. Pero además de arruinados, acceder a ellos se hace muy complicado para alguien ajeno a la singularidad del edificio. Muchas empresas fueron aumentando su superficie apoyándose en los huecos existentes, de manera que hay espacios o bien inaccesibles o adonde solo se puede llegar a gachas.

"Aquí hay 500 llaves", afirma la arquitecta mientras busca una entre las al menos 30 enganchadas a un manojo. Pero esta exageración le sirve para ilustrar otro síntoma del descontrol que ha existido en este edificio en sus 70 años de existencia y que desaparecerá con la reforma en marcha. "El primer objetivo es la reordenación de los espacios y un mejor aprovechamiento pero al mismo tiempo se eliminará la multiplicidad de escaleras y accesos", explica.

Visto desde el exterior, los dos ámbitos edificados ocultan la total falta de criterio de homogeneización que preside su interior. Un aspecto opuesto al que presenta la trasera del edificio -por la calle Jacinto Benavente- donde las paredes de las tres plantas están plagadas de tendidos eléctricos y telefónicos, contadores de agua y generadores de aire acondicionado al descubierto. "Todo esto desaparecerá con la reforma a consecuencia de una mejora en la eficiencia energético", indica la arquitecta, quien admite que tal cual está "no cumple las mínimas condiciones de seguridad".

La arquitecta pertenece al estudio Castroferro, responsable de la transformación del edificio de Portocultura en un centro de oficinas vinculadas a la actividad portuaria. La intervención en el inmueble de la Avenida Beiramar será más funcional que estética, y habilitará incluso un mayor número de oficinas, con un total de 20 con una superficie conjunta de 3.500 m2.

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