La procesionaria ha tomado este año los pinos de O Castro y lo ha hecho tres meses antes de lo habitual. Numerosos bolsones, con apariencia de algodón de azúcar, son visibles en sus copas y, en un paseo por el monte urbano no es difícil encontrarse con esta peligrosa oruga descendiendo por los troncos o ya en el suelo. Y eso que se ha tratado con insecticida a un centenar de ejemplares entre septiembre y octubre y se han retirado 223 nidos en el mes de noviembre, entre otras medidas.

Detrás de esta multiplicación de la plaga y del adelanto de su aparición se encuentran las condiciones meteorológicas. Tanto las temperaturas anormalmente elevadas durante meses como por la reducción a casi la mitad de las lluvias. En un ciclo biológico habitual, en verano aparecen las mariposas de la procesionaria del pino, que se aparean y la hembra pone los huevos en las hojas de los pinos -acículas-. Alrededor de un mes después, entre septiembre y octubre, nacen las orugas, que construyen bolsones de seda como refugio para pasar el frío y lluvioso invierno. Cuando las temperaturas suben, desde finales de febrero a principios de abril, las orugas descienden en fila al suelo para enterrarse y crisalidar dentro de un capullo. Es su fase más peligrosa porque, para protegerse, la larva está cubierta de unos pelos urticantes. Este año, los técnicos detectaron la bajada de orugas el 15 de noviembre, más de un trimestre antes. Los biólogos de la Diputación de Pontevedra urgieron a actuar en parques públicos para evitar problemas de salud.

En O Castro, esta plaga se trata desde 2013, según los informes de técnicos municipales. Este año, las medidas empezaron en marzo, cuando se colocaron veinte cajas nido para favorecer la cría de aves insectívoras que se alimenten de orugas jóvenes de procesionaria.

Ya entrada la primavera, se procedió a la colocación "masiva" de trampas de feromonas de la hembra para atraer y capturar a las mariposas macho y frenar así la reproducción.

Aún así, en otoño detectaron un centenar de pinos afectados. Perforando sus troncos, insertaron insecticida en su interior, que se va incorporando a la savia y llega a las hojas, de las que se alimentan las larvas. Es la endoterapia. Los técnicos señalan que obtuvieron resultados, ya que dentro de los bolsones retirados había "muchas" procesionarias muertas.

La siguiente fase fue la retirada de nidos. Le dedicaron cinco días de noviembre y retiraron 223. Lo hacen con plataformas elevadoras e, incluso, con trepa extrema en zonas a las que no se podía acceder con grúas. Desde el 15 de ese mes empezaron las revisiones diarias, tras detectar descensos de orugas. Otra de las medidas paliativas empleadas fue la colocación de 40 collares isabelinos -un cono de plástico alrededor del tronco que impide llegar al suelo a las orugas- en los pinos en los que "se detectó que la endoterapia no funcionó al 100%, debido al adelanto del ciclo vital".

Lo que no han podido usar este año es un método que se había empleado antes de forma experimental y que "daba excelentes resultados": la aplicación localizada y pulverizada a baja presión de insecticida gracias a un dron. Con las modificaciones en la normativa, cada vez más restrictiva, no es posible volar estas aeronaves teledirigidas en la ciudad por estar en el ámbito del aeropuerto.

En el resto del municipio se controlan más de tres mil pinos, pero solo se detectó procesionaria en Samil y el Museo Liste en niveles que "no son alarmantes a escala forestal".

La bióloga Rosa Pérez, de la Estación Fitopatológica Areeiro, explica que los pelos de las orugas pueden provocar reacciones alérgicas e inflamatorias e, incluso, anafilácticas en personas más sensibles. Advierte de que "no es imprescindible el contacto directo", por lo que subraya la necesidad de tener cuidado a la pasear por parques con esta plaga.