Cuando se acometió, en la década de los 70, la construcción del puente de Rande supuso un reto tecnológico. Cientos de operarios tuvieron que pelear con aguaceros y a decenas de metros de altura para dar forma a un puente atirantado de casi 1.600 metros con una luz central de 400 metros, la mayor en aquel momento para una estructura de esas características. Hoy, cuatro décadas después de que se culminasen aquellos trabajos, están a punto de finalizar otros no menos complejos: la ampliación de ese mismo viaducto, que incorpora dos nuevos carriles exteriores gracias al refuerzo de los cabezales y tirantes. "Supone un hito en la historia de la ingeniería civil", apuntan desde el Grupo Puentes, una de las empresas encargadas, junto con Dragados, de acometer esa labor. Cuatro décadas después, Rande vuelve a centrar la atención de los ingenieros de todo el mundo.

Entre 1973 y 1977 los operarios de Rande tuvieron que instalar 192 pilotes y desplegar 37.204 metros cúbicos de hormigón para las fundaciones, a los que se suman otros 19.606 en las pilas y 13.199 en los accesos. Igualmente impresionante fue la cantidad de acero que se manejó. Solo las zapatas y las pilas sumaron cerca de 2.400 toneladas, a las que se añaden otras 2.300 en los accesos o las 820 que acumulan los 80 tirantes que se dispusieron a lo largo de la infraestructura. Las pilas centrales que se instalaron alcanzan los 118,6 metros y la lateral sur, los 39,26. En cuanto al tablero metálico, su longitud asciende a los 695 metros, que se completan con los 757 del acceso sur y los 106 del norte. Para sostener esos enlaces se emplearon 36 pilares.

El jefe del montaje del tablero, José Ramón Álvarez Arnau, recuerda aún, más de cuatro décadas después de finalizar su labor, cómo su equipo tuvo que enfrentarse a dificultades para despachar el trabajo. La primera, el intenso aguacero con el que empezaron a trabajar, lo que les obligó a recurrir a casetas especiales en las que guarecerse para realizar las soldaduras. Los operarios tardaron dos meses y 22 días en finalizar los dos primeros tramos. A medida que el tiempo mejoró y los técnicos se habituaron a su labor, llegaron a conseguir despachar dos tramos por semana.

Cada una de las piezas con las que trabajaban pesaba 6.155 toneladas y se transportaba desde A Grela, en A Coruña, a Guixar. Una vez allí se recurriría a un remolcador para trasladarla a Rande. Para garantizar que todo iba según lo previsto, la empresa realizaba montajes "en blanco" en A Coruña: ensamblaban en el suelo tramos de 21 metros para asegurarse de que no había fallos de fábrica. Ya en Rande, el reto consistía en bascular la carga y que el nivel de los dos extremos coincidiera. Para fijar los tableros se recurrió a cables de acero de alta resistencia cubiertos con vainas plásticas y reforzados con una inyección de hormigón líquido. Con el fin de culminar los trabajos se dio un tratamiento final al viaducto que previene que se deteriore por las duras condiciones de la ría.