El corazón de la ciudad volvió a latir al ritmo del de los miles de devotos que ayer acompañaron al Cristo en su multitudinaria procesión por la ciudad desde su salida de la Concatedral. Desde primera hora de la tarde, las calles del Casco Vello aledañas al templo se convirtieron en cauces incesantes de fieles de todas las edades que un año más no quisieron falta a su cita.

Los establecimientos recogieron sus terrazas para no interrumpir la riada de fervor que algunos turistas sorteaban sorprendidos. Y es que el día de ayer estaba marcado en el calendario para miles de vigueses y de gallegos residentes en otras localidades cercanas. Abuelos acompañando a sus nietos como hace décadas lo hicieron con sus hijos, veinteañeros que mantienen la tradición familiar o personas ofrecidas que quieren agradecer la ayuda recibida. Todos comparten los nervios por ver a su Cristo en los minutos previos a su anhelada aparición en la plaza de la Concatedral.

Algunos vigueses no olvidan esta emoción aunque les separe un océano de su ciudad de origen. Es el caso de María Conde, que vuelve cada año desde EE UU: "Vivo desde hace más de 40 años en Nueva York y siempre regreso para hacer la procesión. Tengo mucha fe y me emociona mucho".

Y las nuevas generaciones de la familia toman el relevo con gusto. María estaba acompañada ayer por su sobrina María Cabaleiro y la hija de ésta, Sofía Fernández, entre otros familiares. "Es una tradición para nosotros", explicaba María.

María Gemma Araújo participaba en la procesión "desde pequeñita" y su hija María lleva ahora a sus pequeños Pablo y Carlota. "También venía cuando estuve embarazada", relataba ayer. El grupo lo completaban su padre José Luis Nieto, su tía Zoila, su marido Gonzalo y su suegra Rosa.

"Mi marido y yo somos miembros de la Cofradía del Cristo y venimos a verlo durante todo el año. La devoción no es solo un día. Yo siempre le pido y lo tengo muy arraigado", comentaba María Gemma.

"Mi madre se ofreció en Suiza por mi padre hace 57 años y desde entonces no faltamos siempre que podemos. Y mi hijo, que tiene una capacidad diferente, también es muy devoto. El Cristo lo es todo y venir hoy no da fuerza para todo el año", reconocía Inés Estévez, que a igual que su madre, Rosa, lucía una imagen al cuello.

Ambas realizaron el recorrido con el padre de Inés, Antonio, y su hijo Aitor tras haber acudido el día anterior al descendimiento del Cristo y durante la mañana de ayer a la misa en honor de la Virgen de la Salud en Parada, Nigrán. "Es un fin de semana de retiro", destacaban.

"Para mí el momento de mayor emoción es cuando bajan al Cristo", añadía Rosa.

La familia Monteagudo Davila tampoco falla a su cita con el Cristo. Loli hizo una promesa a los 33 años y, desde entonces, acude puntal cada año a mostrar su cariño por el Cristo. "Hay que tener fe y yo creo mucho en él. Algo hay"; asegura.

Este año, su marido, Antonio, y su hijo Dani también tenían motivos para agradecerle su ayuda al Cristo. "Mi hijo y yo lo hacemos descalzos y portando cirios por una ofrenda. Le pedí ayuda y se me concedió y supongo que a él también", reconocía el padre entre risas.

La familia asegura que en tiempos de dificultades, como en los años más duros de la última crisis, el número de devotos que buscan auxilio o protección y participan en la procesión se multiplica. Pero el Cristo, al parecer, siempre escucha a todos, como demuestran los rostros emocionados de quienes lo escoltan cada año en su recorrido por la ciudad.

María G., Zoila, Rosa, José luis, Gonzalo, María y los niños Pablo y Carlota

"También venimos a ver al Cristo durante el año, la devoción no es solo un día"

Maria Cabaleiro, Sofía Fernández y María Conde

"Vivo desde hace más de 40 años en Nueva York y siempre regreso para hacer la procesión"

Antonio Estévez, Rosa Santamaría, Inés Estévez y Aitor Rivera

"Mi madre se ofreció en Suiza por mi padre hace 57 años y desde entonces no faltamos"

Dani Monteagudo, Antonio Monteagudo y Loli Dasilva

"Mi hijo y yo lo hacemos descalzos por una ofrenda, le pedimos algo y se cumplió"