Hoy se cumplen 217 años en los que saliste en procesión por las calles de nuestra Ciudad. Siempre te acompañó una multitud de vigueses a los que se fueron sumando, a lo largo de los años, devotos venidos de cerca y de lejos, de toda Galicia y de tantos lugares de España y del mundo. En estos dos largos siglos de historia trepidante, Tú siempre permaneciste a nuestro lado. En los días de gloria y en los momentos de penumbra has sido siempre nuestro apoyo más firme. Hoy, mirando al mañana, nos damos cuenta de que tu devoción y tu cercanía son el mejor tesoro para seguir avanzando unidos y sin miedo hacia el futuro.

Aún tenemos que enterrar definitivamente una crisis que nos ha herido sin piedad. En ella aprendimos que los valores fundamentales de la vida son los que nos salvan. Esos valores son los que Tú, Santísimo Cristo de la Victoria, nos enseñas en el Evangelio y de los que nos diste testimonio con tu vida.

Nuestra devoción a Ti, Santísimo Cristo de la Victoria, nació en el corazón de nuestros hombres y mujeres de la mar. En el fragor de sus faenas te invocaban y en la intimidad de sus hogares encendieron la llama de tu ternura. Ellos cultivaron, con tu protección, los grandes valores de la vida y de la fe: la justicia, la solidaridad, la caridad, la honradez, la misericordia, la alegría y la generosidad. Esos son también los grandes valores que hoy necesitamos, aquéllos que forjan a los maestros en humanidad, para que nunca más el hombre sea lobo para el hombre y para poder acompañar, sin miedos y sin complejos, a nuestros hijos por las sendas de un mundo nuevo que, sin duda, será mejor.

Tú, Santísimo Cristo de la Victoria, eres el Cristo de la esperanza, el Cristo de la alegría de la vida. Tú sabes que necesitamos muchas cosas, lo sabes mejor que nadie, pero en este atardecer quiero pedirte para todos tu esperanza y tu alegría de la vida.

Te pido esperanza y alegría para nuestros mayores y enfermos. Ellos han trabajado duro en la vida y han gastado sus mejores energías para sacar adelante sus familias. No permitas que los dejemos solos en sus fatigas y que los abandonemos por nuestras prisas descontroladas. Ellos deberían ser el centro de atención de cada uno de nosotros. Por eso te pido con todas mis fuerzas que nuestras parroquias no abandonen nunca a sus mayores y necesitados.

También te pido esperanza y alegría para nuestras familias. Nada hemos de temer si hay alegría en nuestras familias y la lámpara de la esperanza alumbra en nuestros hogares.

De un modo muy especial, Santísimo Cristo de la Victoria, te pido esperanza y alegría para nuestros jóvenes. Decimos, y es verdad, que nuestros jóvenes son los mejor preparados de toda la historia. De sus proyectos de vida depende el futuro cercano de nuestras familias y de nuestra sociedad. Que nunca les falta esa esperanza que trae paz y alegría a sus vidas y a las de todos.

Los niños son la verdadera casa de la esperanza y de la alegría. Nada produce un dolor más grande que ver a un niño enfermo, triste o desesperanzado. Necesitamos niños alegres que llenen los silencios de nuestros hogares. Tenemos que unir nuestras manos para hacer todo lo que podamos para vencer las enfermedades de nuestros niños. Hoy te pido con todo mi corazón, Santísimo Cristo de la Victoria, por nuestros niños enfermos y por los que se mueren destrozando para siempre el corazón de sus familias y dejándonos a todos interrogantes que son el misterio más profundo de la vida.

Bendice, Santísimo Cristo de la Victoria, a nuestra Ciudad y a sus gobernantes. Concédenos vivir en una Ciudad en la que nadie se sienta explotado. Da fuerza y energía a todos aquellos que, con su esfuerzo diario, hacen de nuestra Ciudad un lugar de progreso y bienestar.

Bendice especialmente a todos los devotos que hoy te hemos acompañado. Y termino, Santísimo Cristo de la Victoria, con la petición de una bendición para nuestras madres, vivas y difuntas. Nunca te olvides de ellas. Amén.