La mezcla de morriña gastronómica, tras un tiempo viviendo en México, con la ubicación de la fachada a intervenir, en un edificio casi salpicado por el salitre vecino de los astilleros de la ciudad, llevó al artista plástico Delio Rodríguez a hacer asomar entre el paisaje de antenas parabólicas y cemento de la orilla urbana de Vigo una imponente escena marina en la que reminiscencias de la mitología escandinava se funden con ingredientes de leyenda local.

El muralista vigués, que siempre intenta que sus obras "estén hechas para la gente del lugar" y, por tanto, relacionadas con "sus mitos fundacionales, sus creencias o historias relevantes" , procura una inmersión, a gran escala, y con ciertos tintes fantasmagóricos, en el imaginario de la Ría de Vigo.

Una galerna,hundida en un aura espectral a través de un silueteado de difuminado tétrico, aparece custodiada por un pulpo, con ojos y cabeza aún sin perfilar pero con proporciones propias de un Kraken, criatura aficionada a atacar barcos y devorar marineros en las aguas atlánticas de los mitos nórdicos.

Hacía tiempo que al vigués le tentaba la idea de representar un octópodo de grandes dimensiones y la tercera edición del programa "Vigo, cidade de cor", impulsada por el Concello, le dio finalmente la oportunidad en una medianera de Beiramar. Aunque al tratarse de un proyecto dirigido a todos los públicos evitará convertirlo en "un monstruo que demiedo de verdad", quiere representar un molusco, no por casualidad, "por encima de la escala alimenticia de los humanos". Pese a que asegura que no "se complicó demasiado con el concepto", reconoce que si existe intención de desmenuzar la obra, la metáfora acaba por emerger. A partir del contraste conseguido con el juego de escalas y colores, que trabaja a base de pintura acrílica aplicada con rodillo, brochas y aguadas, lanza una suerte de advertencia al ser humano y su "actitud de poseer y usar a su antojo todo lo que existe en el planeta", incluido lo que se lleva a la boca. "Si un pulpo fuera así de gigante, a ver quién le hincaba el diente", señala bromista.

El artista, con dos décadas de experiencia en el arte urbano, reconoce que pintar en la pared, al aire libre y en contacto con la vecindad, "genera vicio". En siete u ocho días, cuando acabe su obra, tendrá que saciarlo en otra parte. Entonces, la niña que, con frecuencia, Rodríguez observa acudir con su madre a ver la obra, podrá disfrutarla sin que la grúa sobre la que pinta el artista le robe un milímetro de visión.