Veinticuatro horas después del registro de la sede de Dignidad, su gerente, Jesús Aguayo, insiste en su demanda de ayuda institucional para que la asociación pueda seguir "dando un techo a 50 personas". Explica que cuentan con el proyecto para legalizar el local pero que les resulta muy complicado hacer frente a los trámites que supone. "Tener esto en marcha nos cuesta 4.000 euros al mes y solo vienen aquí con exigencias, pero no con ayudas", afirma. El dinero, explica, sale de la venta de ropa y muebles que se trabajan en el taller y que se venden en los dos rastros del albergue. Los voluntarios también desbrozan fincas, hacen mudanzas, pintan casas... tareas que muchas veces solicitan vecinos del barrio.

Los usuarios del albergue se describen como una "pequeña familia" que "fue tratada como si fuésemos terroristas" durante la intervención policial que revisó las instalaciones de la sede y la nave, situados en la calle Toledo y la cercana Irmáns Quintela.

Medio centenar de personas, en su inmensa mayoría hombres pero también mujeres, pernoctan a diario en este albergue, en el que la Policía detectó altas concentraciones de gas, extintores caducados, alimentos mal conservados y medicamentos que fueron incautados por técnicos de Sanidad Exterior. "Fue exagerado", coinciden en señalar tanto los usuarios como los vecinos, que relatan que acudieron más de veinte agentes. "No se ha hecho nada ilegal, lo exageraron todo, hablan de concentraciones de gas cuando lo que estaba mal era el capuchón y la goma de la bombona de butano, y ya se cambió, todo se arregló", relata José, uno de los usuarios más antiguos del albergue, abierto hace 15 meses, que explica que tras pasar más de veinte años en prisión recibió una oportunidad para sí mismo y para ayudar a los demás en el centro.

Es vecino del Calvario "de toda la vida" y comparte su vida y trabajo con otros compañeros como Quico, que remarca que "hacemos lo mismo que el albergue municipal, que le cuesta a los vigueses 3,5 millones, pero cuando hay alguno borracho es aquí a donde lo trae la policía porque allí no lo quieren". Otro de ellos es Josué, un joven que llegó de Extremadura, de un centro de desintoxicación, y por ahora no se plantea regresar. "Me gustó esta asociación, sus ideales y la gente y me quedé", señala.

"No se meten con nadie", afirma Montse, una de las voluntarias del centro que además es vecina del barrio, al escuchar las críticas de un grupo de vecinos. Explica que ella misma durmió en la calle muchos años "en cartones y en cajeros" por lo que apoya que se ofrezca un techo a las personas que viven ahora en la misma situación que ella padeció. Su colaboración se inició "haciendo colacaos por las noches" y ahora es una más de la "familia".

"Cuando cierran la puerta a las once de la noche no se escucha nada y los folloneros se expulsan y no pueden volver hasta que cambien de actitud", añade. Con ella coincide otra de las voluntarias, que sí pernocta en el albergue, en un pequeño cuarto con literas. "Esto es necesario", reivindica. A ellas se suman otros usuarios que al mediodía se acercan a las instalaciones. Todos colaboran con su trabajo diario en el mantenimiento del albergue, vinculado a la iglesia evangélica. De hecho, se refieren a Aguayo como "el pastor" aunque ninguno de ellos dice participar en las celebraciones religiosas. "Acudir al culto es opcional, depende de cada uno", subrayan. "Aquí se ofrece una cama, tres comidas y una ducha, a veces también ropa y siempre ayudamos en todo lo que podemos. Que en vez de la Policía venga el alcalde y vea lo que hay", piden.

Los vecinos, entre incómodos e inseguros

La intervención policial del miércoles fue ayer protagonista de los corrillos de los vecinos en la calle y en los portales, y también tema de conversación en los establecimientos del barrio. "La educación no está reñida con el dinero y el comportamiento de la gente es clave", señalaba en uno de esos corrillos el vecino de un edificio próximo al albergue Dignidad.

Los vecinos aseveran que se producen peleas nocturnas y ruidos a horas intempestivas, que "cantan muy alto" y "faltan al respecto", aunque admiten que no es un comportamiento que se produzca a diario. En general, coinciden en que la presencia de los usuarios del albergue les provoca una "incomodidad" y algunos se sienten más "inseguros".

"La zona ha perdido valor, si quisiésemos vender nuestro piso no podríamos porque la gente no querría mudarse aquí", coincidieron en señalar otros dos vecinos. Incluso critican que la presencia de la nave con enseres provoca que durante todo el día los contenedores estén repletos de desperdicios de comida y muebles por lo que no tienen ni espacio para depositar su basura. "Que tiren las cosas al contenedor por la noche", pide una vecina. "Que se vayan, hay muchas naves por ahí vacíos", apunta otro.