"¡Fuera de aquí gabachos!" El mensaje de los vigueses era claro desde media hora antes de que se iniciase la representación de la Reconquista de la ciudad que acabaría con los soldados franceses en un barco rumbo a un puerto inglés. Miles de personas se acercaron hasta los tres escenarios habituales donde tienen lugar otras tantas escenificaciones cruciales en el devenir de la batalla de 1809: la llegada de las tropas de Napoleón a Porta do Sol, el derribo de Porta Gamboa a cargo de un grupo de milicianas locales y la rendición gala en el muelle de A Laxe. Más de 500 actores y figurantes fueron cruciales para conseguir devolver la independencia a la urbe.

La primera parada fue en Porta do Sol, donde vecinos y autoridades de la época disfrutaban de una jornada festiva. A ellos se quiso sumar el alcalde Abel Caballero, que se refirió a la celebración como un hecho "vital" para que Vigo sea la ciudad "leal" y "noble" que es hoy en día. Entre música, cánticos y bailes, los residentes del barrio desconocían el peligro que se les acercaba con paso firme. Sin previo aviso, un grupo de soldados franceses irrumpió en la plaza y, tras varias disputas con los habitantes del lugar, tomó como prisionera a Aurora, lo que provocó una lluvia de abucheos del público presente. Los residentes locales se defendían con las pocas armas que tenían, transformadas en esta ocasión en simples lechugas y repollos que no impidieron que los invasores conquistaran la plaza sin gran dificultad. En plena celebración por la toma, varios militares galos dispararon contra tres civiles en la taberna de Xosefa Rial. Dicho asesinato obligó al coronel Chalot a pedir disculpas ante el regidor Vázquez Varela y a poner en libertad a la heroína viguesa encarcelada minutos antes. El propio alcalde calificó de "intolerables" los crímenes antes de que el marinero Carolo clamase venganza. Él mismo, Cachamuiña y el teniente Almeida animaron al público a acompañarles a Porta Gamboa para tratar de arrebatarle la ciudad a los hombres de Napoleón.

Allí tuvo lugar el segundo acto de la recreación. Las tropas francesas se hacían fuertes tras una enorme puerta de cartón creada especialmente para la ocasión. El primero en tratar de derribarla fue Carolo, que junto a su hacha golpeó varias veces la estructura sin suerte. Tras uno de esos intentos, las fuerzas extranjeras salieron de su escondite y abatieron al marinero, que fue despedido como un titán por el público. Recogió el testigo Cachamuiña, que resultó herido de gravedad tras recibir tres balazos. Pese a ello, en su interior todavía guardaba las fuerzas necesarias para alentar a los suyos a que no cesaran en su empeño de destruir la puerta. Un grupo de milicianas cargadas con un enorme tronco consiguió el objetivo y, tras esquivar las primeras balas francesas, arremetieron contra las tropas de Napoleón para expulsarlas definitivamente de la ciudad.

Tras un intenso combate cuerpo a cuerpo, con bajas en ambos bandos debido a la dureza de los golpes, los galos asumieron que no serían capaces de imponerse a los vigueses y allí mismo tuvo lugar la primera pérdida de una plaza con el emperador al frente del ejército.

Tan solo les quedaba el triste desfile hacia el muelle de A Laxe, donde les esperarían los héroes y autoridades locales. Por el camino, el público se quiso sumar a la humillación de los invasores tras la derrota y le dedicó numerosas mofas. "Todavía tendréis valor de volver el año que viene para perder. Dejadlo ya, que no se os da nada bien combatir", bromeaba un espectador.

Una vez en el Puerto, el general McKinley, que estaba acompañado por Aurora, Cachamuiña y el alcalde Vázquez Varela, leyó en voz alta los puntos en los que se firmaría la rendición de los hombres de Napoleón. El general Chalot no opuso resistencia y uno a uno fueron subiéndose a una embarcación que los dejaría en un puerto inglés.

Una vez zarpó, la fiesta y la música volvieron a la ciudad para celebrar una nueva victoria ante uno de los ejércitos más poderosos de la historia. "¡Viva Vigo!", gritaba el regidor, quien animaba a todos los presentes a continuar con la celebración tras la imponente victoria. Mientras, los galos se alejaban magullados y heridos a la vez que los presentes les dedicaban un jocoso "au revoir" y les despedían con las manos. La misión había concluido y lo único que faltaba era festejar un triunfo que convirtió a Vigo en la ciudad integradora e independiente que es hoy en día.